lunes, 1 de diciembre de 2014

Violencia en el fútbol: algunas claves para su interpretación

Aún conservo el mal cuerpo tras ver las imágenes en televisión de la pelea entre ultras que se ha cobrado la vida de uno de ellos en el Madrid Río el domingo por la mañana. Lo idiota del asunto, lo absurdo del mismo me hace estar aún más si cabe lejos del universo del fútbol en este país. Sin embargo, si queremos evitar que esto siga pasando, debemos hacer un esfuerzo por comprender el fenómeno y no zanjarlo con diagnósticos o medidas apresuradas. Creo que el mejor punto de partida lo da el grupo de Leicester que estudió el tema del vandalismo en el fútbol inglés en los años 80 (véase su libro “The roots of football hooliganism”). Su tesis principal habla de que existe un nexo común entre todos esos grupos: el entendimiento de una “masculinidad agresiva” expresada fundamentalmente por el saber pelear que se daba entre las facciones duras de la clase obrera inglesa. En el caso español el cuadro se complica debido a la gran influencia de las posiciones políticas derivadas de la división emocional extrema de derecha/izquierda vinculada a la Guerra Civil y la dictadura a la que está unida la conflictiva composición del estado español. Así no hay vinculación exclusiva de clase, sobre todo en el lado más conservador (ultras de extrema derecha) ya que la proveniencia de círculos vinculados a lo militar (ejército) o paramilitar (fascismo) hace más compleja la articulación de estos grupos (y que explicaría la existencia, si bien más minoritaria, de casos ultras con posiciones sociales más elevadas). El fútbol solo es un altavoz muy relevante (al ser un deporte de gran trascendencia) para establecer ese ranking entre aficiones, que compiten a modo de ocio salvaje (sí, aunque nos pueda parecer extraño, les apasiona la intoxicación emocional que provocan esas peleas multitudinarias). Creo también que el propio fútbol expresa en gran modo ese “coto de masculinidad” que resuena perfectamente con los valores que esos grupos quieren expresar. Además, los propios medios de comunicación alimentan con sus narraciones épicas la confrontación simbólica de forma irresponsable y eso puede avivar más si cabe el fuego del que se nutre la rivalidad de tales grupos.
Todos estos factores estructurales hacen muy difícil que la solución sea tan simple como expulsarlos de los estadios y así negar su existencia (como dijo Cerezo: “esto no tiene nada que ver con el fútbol. Los incidentes pasaron muy lejos del estadio Vicente Calderón”). Como afirmaba Elias, eso tan solo es poner la violencia “tras la escena”, en sitios donde no moleste tanto nuestra sensibilidad civilizada. Sin embargo, no acabará con el problema. Por tanto, veo difícil que la solución sea meramente policial o de mano dura por parte de los clubes sino se atajan patrones culturales más amplios en los cuales se sustentan las relaciones agresivas de identificación entre grupos nosotros-ellos por parte de los aficionados ultras de fútbol.