jueves, 12 de octubre de 2023

De alumnos y clientes

Hay una frase de la canción Corduroy de Pearl Jam que dice “no puedo comprar lo que quiero porque es gratis”. Cosas tan importantes como la amistad, el amor, la lealtad, el respeto no puede comprarlas el dinero, aunque sea capaz de producir sucedáneos e imitaciones a veces difíciles de diferenciar de lo real. Llevándolo a la cuestión de la actividad física y deportiva, mucho de lo que aprendimos cuando éramos pequeños lo adquirimos de forma totalmente gratuita: andar, correr, jugar a un número increíble de juegos y deportes. Incluso cuando somos más mayores, sigue habiendo actividades lúdicas y deportivas como los llamados deportes alternativos que siguen transmitiéndose de modo informal pero muy eficiente; alguien llega al lugar de práctica donde el grupo enseña/aprende del grupo. Incluso habrá aun tradiciones familiares o locales vinculadas a prácticas lúdico-deportivas (juegos populares,artes marciales) que seguirán pasándose generacionalmente fuera de los circuitos monetarios. No obstante, no cabe duda que cada vez son menos las actividades físicas que escapan a la profesionalización y mercantilización. Hoy en día muchas de esas actividades (surf,skate,escalada,parkour) se ofrecen como clases regulares pagadas; ahora se pueden ver hasta clases para enseñar a montar en bici para niños y niñas, algo que parecería marciano en mi infancia.
En esa transición a la profesionalización de la enseñanza de la práctica deportiva que implica que instructores-entrenadoras-maestrxs den clases a cambio de dinero hay algo que cambia sustancialmente. No me refiero solo a la parte técnica (se produce una mayor pérdida del estilo personal de cada aprendiz porque en las clases regladas se tiende a la estandarización), sino a la parte de relación social entre el/la que enseña y los/las que aprenden. Fuera del circuito profesional de intercambio monetario, ya sea mediante una transmisión cultural más tradicional de maestrx a alumnx o una transmisión más informal entre grupos de iguales, la “moneda de cambio” tiene que ver con el respeto, la implicación, el valor que se le da a lo que se te está enseñando. No obstante, cuando el intercambio se centra en el pago de una cantidad por un servicio -en este caso la enseñanza de una habilidad- parece que todo lo demás está de más. Vamos, que si pagas puedes simplemente ir cuando quieras o te apetezca o te venga bien; que si quieres, no te implicas en las clases o puedes exigir al que te enseña que haga más entretenidas y motivantes las clases y que si en algún momento, cuando te de la gana, te quieres ir, no tienes ninguna responsabilidad con el/la que te ha estado enseñando hasta la fecha.
Es verdad que la profesionalización de la enseñanza favorece que una persona (el/la que enseña) pueda dedicar todo su tiempo a su profesión y esté en ese sentido mejor preparado/a para su cometido. El problema principal viene de lo que ocurre en la transición al pasar de alumnxs a clientes. Cada vez que doy clases a alguien que veo que no valora lo que para mí es algo muy importante se me rompe el corazón y el alma. Ni un solo céntimo de lo que me pague será capaz de reparar o curar la herida que me produce su actitud. Creo que el verdadero dilema al que se tiene que enfrentar alguien que quiera empezar a dar clases sobre algo que le guste es el siguiente: ¿Cuánto desprecio hacia lo que enseñas estás dispuesto a aceptar a cambio de dinero? Quizá la respuesta vaya cambiando y evolucionando a medida que vayas convirtiéndote en profesional de lo tuyo, pero la pregunta no va a desaparecer por mucho que te empeñes o la entierres bajo una actitud cínica ante la vida. Valorar lo que haces no es siempre buscar el precio justo de lo que enseñas sino determinar hasta cuanto aguantas y cuando dices basta, por mucho que eso implique en muchos casos perder dinero.

lunes, 2 de octubre de 2023

Juego, evolución y sociedad

Desde hace ya unos años abundan los mensajes que tratan de explicar desde teorías evolutivas reduccionistas los problemas de salud de toda índole que nuestros modernos estilos de vida (urbanos) generan. Desde las dietas y entrenamientos paleo a las asunciones que hace la psicología evolutiva sobre las características psico-fisiológicas de los cazadores recolectores se nos recomienda como panacea una vuelta a lo natural, como si ese concepto no estuviera ya plagado de asunciones de sentido común de las sociedades en las que se plantean. Curiosamente, estos discursos aparecen a la vez que una ola conservadora en lo político y económico que combina lo identitario (la tribu) con la libertad (individual), fusión definitiva en lo neoliberal que utiliza un discurso darwiniano estrecho para culpabilizar a las víctimas de sus propios males. Ese tipo de mensajes vinculados a la evolución mediante una visión restringida han llegado también al ámbito del juego. Parece ser que el juego ha permanecido a lo largo de la evolución como mecanismo básico de supervivencia. A medida que la especie era más compleja, mayor presencia de lo lúdico en el desarrollo de sus individuos. Una posible explicación sería que permitía a los individuos ser más adaptivos a la hora de buscar soluciones a los problemas que podían encontrar y eso les daría ventajas competitivas en la lucha por la vida y la reproducción. Sin embargo, esta visión (que en parte defiendo) implica la perspectiva reduccionista de la que hablábamos al principio y que se estaría centrando solo en uno de los polos fundamentales de los que hablaba Darwin en su teoría. Darwin no hablaba de la supervivencia de los individuos sino de la especie y consideraba no solo la competición sino la cooperación como mecanismos básicos que guiaban la evolución (algo que aparece remarcado en la obra clásica de Kropotkin “El Apoyo Mutuo”). Si es cierto que una gran ventaja competitiva de los seres humanos era su capacidad racional (de ahí du denominación como homo sapiens) no es menos cierto que también lo fue su capacidad esencial de ser social. Coordinarse y cooperar con otros, con el grupo, de manera racional permitió a seres físicamente débiles en comparación con otros animales en el entorno natural ser superiores gracias a estrategias de comunicación muy eficaces para la caza, la vigilancia, el cuidado y la crianza colectiva.
Desde este punto de vista, el juego permitiría a los individuos de una especie (por ejemplo, la humana) no solo ser más adaptativos desde un punto de vista individual de resolución de problemas sino aprender a coexistir y a hacer cosas con otros individuos de la especie. No me refiero solo al conocimiento frío de reglas sociales sino a la sensibilización empática respecto a la emotividad del otro/a, que está antes que las reglas y que es la base de lo social. El juego permite el desarrollo de una flexibilidad cognitiva y afectiva para entender diferencias sutiles en la interacción humana y negociar o resolver situaciones que podrían desencadenar conflictos dañinos para el propio grupo. El humor está muy ligado a nuestra capacidad de juego y quizá es la manifestación lúdica más evidente de los adultos a la vez que un portentoso disolvente de potenciales conflictos. Es por todo eso que el juego debe considerarse como algo muy relevante para nuestra propia existencia en común con otras personas y potenciarse como herramienta fundamental para el desarrollo de la infancia si queremos sociedades más sanas. Pero para ello debe permitirse realmente un juego autónomo entre iguales (niños y niñas), quizá supervisado, pero no dirigido por adultos. No me canso de repetir siempre el mismo mensaje: el juego libre en el parque no es una pérdida de tiempo, sino una valiosa oportunidad de desarrollo individual y colectivo. Disminuir cada vez más el tiempo de juego autorregulado de niños y niñas sí es verdaderamente ir contra la evolución de nuestra especie en la tierra.

sábado, 26 de agosto de 2023

Las dos victorias de la selección femenina de fútbol

El domingo 20 de agosto presenciamos como la selección española de fútbol femenino se proclamaba campeona del mundo. Lo hacía en su tercera participación en el campeonato, después de haber recorrido en tiempo récord un trecho que ha llevado a algunas de esas jugadoras a la profesionalización de su actividad. Durante ese período los apoyos no han sido tan fuertes como debían, por mucho que ahora todo el mundo quiera hacer ver que desde el primer momento estuvieron apoyando a las mujeres en el fútbol. La excusa de que no generaban seguimiento ni beneficios se ha mostrado rápidamente que hablaba más de la estrechez de miras machistas que de un hecho palpable.
A lo que estamos asistiendo durante esta última semana es a la segunda victoria del fútbol femenino. En este caso sobre el machismo. El caso Rubiales está mostrando la verdadera necesidad de un cambio profundo en instituciones deportivas fundamentales como son las federaciones. La sensación de impunidad que creía disfrutar él como presidente le lleva no solo a generar situaciones demenciales como la del beso sino a no tener reparo a la hora de manipular, falsificar y presionar a cualquiera que sea necesario para mantenerse en el cargo.
Desde la federación de fútbol, Rubiales ha intentado en varias ocasiones dinamitar la marcha del fútbol femenino profesional. No lo ha conseguido y, por cuestiones caprichosas del azar, se está convirtiendo en su mejor aliado. Me explico. No es que el personaje en cuestión tenga en sus planes hacer nada excepcional por las mujeres y el fútbol; ya hemos dicho que trabajaba activamente en contra de ello. Sin embargo, gracias a eso que en sociología se conoce como las consecuencias no intencionadas de la acción, Rubiales se está convirtiendo en un catalizador del cambio respecto al machismo en el fútbol y el deporte en general. Siguiendo el guion de la mayoría de representantes de este país, Rubiales no solo no ha pedido perdón, si no que se ha mostrado en público atacado, dolido y además, con actitud chulesca, se permite el lujo de amenazar. En fin, nada nuevo bajo el sol. Lo curioso del asunto es que, cuanto más cava Rubiales hacia abajo su propia tumba, más favorece la causa de eso que él acusa como “falso feminismo”. Está consiguiendo que desde todos los ámbitos haya un consenso amplio sobre lo impropio de los hechos y lo inaceptable de la situación. Con su error, en el que cada vez ahonda más, está consiguiendo aislar y avergonzar a todos los que en otro momento seguirían enzarzados en la cuestión de si a la chica no le importó, o le gusto o vete tú a saber qué sobre cualquier detalle que opacara lo que verdaderamente ese tipo de incidentes nos muestran a las claras: que el deporte en España, el fútbol en particular, sigue necesitando grandes dosis de reflexión y trabajo sobre la cuestión del machismo. La relevancia del título del fútbol femenino y la metedura de pata garrafal del presidente de la federación puede ser la combinación perfecta para que se genere un punto de inflexión que nos lleve hacia avances sociales en lo deportivo, que son los que de forma incesante busca el feminismo desde hace ya bastante tiempo.

miércoles, 26 de julio de 2023

El futuro que viene: Olympic eSports

Ya apuntaba en el libro de Las cuatro heridas del deporte moderno como la distinción entre las categorías analógica y virtual podría estar diluyéndose a la hora de definir lo que se considera como deporte. Los países de Asia oriental y sudeste asiático (sin olvidar a los Emiratos Árabes) están liderando el ascenso y consolidación de los esports y hasta organizaciones tan consolidadas en el deporte convencional como el COI tratan de atraer estas modalidades hacia el programa olímpico. De hecho, del 22 al 25 de junio de 2023 se ha celebrado la Olympic eSport week en Singapur, con deportes como el tiro con arco, ciclismo, baile, vela, beisbol, ajedrez, tiro (Fortnite), tenis, deportes de motor (Gran Turismo 7), taekwondo. También se han presentado como deportes de exhibición el rocket league (competición de coches), tenis de mesa virtual, triatlón, Street fighter 6 (competición de lucha) y NBA2K. El programa por tanto incluye la versión virtual de algunos de los deportes que consideraríamos convencionales (e.g., taekwondo), deportes que tenían ya una versión como videojuego (e.g., baloncesto) o simplemente videojuegos que tenían ya gran seguimiento y se han incorporado al programa (e.g., Fortnite).
Creo que a estas alturas huelga ya el obsoleto intento de definición de deporte desde una visión clásica (analógica) que deje fuera a lo que llamábamos videojuegos. Ésta no es más que la muestra de una resistencia (ya insostenible) a la introducción a este tipo de prácticas en lo que consideramos deporte. La definición de deporte no ha hecho más que cambiar a lo largo del tiempo a medida que se han ido introduciendo una serie de nuevas modalidades dentro del conjunto de lo deportivo. Los últimos en romper esa barrera y forzar una redefinición de lo que es deporte han sido los eSports. Lo interesante en este punto es entender qué tienen los esports para que en esta época de la migración analógica a lo digital se hayan convertido en algo cada vez más atrayente e interesante respecto a los deportes analógicos. Siguiendo los análisis de Norbert Elias y Eric Dunning sobre deporte y ocio en el proceso de civilización, podríamos decir que los esports permiten un descontrol emocional controlado en la era digital. Es decir, permiten vivir grandes emociones dentro de un ámbito que ofrece cierta seguridad. Precisamente, eso es lo que venían ofreciendo los deportes analógicos, proveyendo formatos con reglas que permitían experiencias (de competición, de reto) intensas, pero limitaban el uso de la violencia y/o minimizaban el peligro de lesión de los participantes. Los esports van más allá. Se pueden vivir experiencias aun más intensas (competir conduciendo un coche a 300km/h o llevar a cabo una misión donde es posible que tu avatar mate a otrxs participantes o acabe muerto) sin las repercusiones negativas que implicaría realizar esas acciones en el mundo analógico. La cuestión que alguien podría suscitar podría referirse a cuánto de real, de auténtica es esa experiencia virtual respecto a su equivalente analógica. Es muy distinto estar escalando a 20m del suelo en una roca que estar escalando a esa altura, pero en la pantalla del salón de tu casa mediante unas gafas de realidad virtual. Sin embargo, cuando esa realidad virtual esté mucho más conseguida y tengamos también trajes que puedan simular corporalmente sensaciones, quizá la experiencia no sea del todo igual pero siga siendo muy atrayente: por ejemplo, en el mundo analógico no subirías sin cuerda a El Capitán -a no ser que fueras Alex Honnold- pero sí lo harías en el mundo virtual y estarías mucho más cerca de vivir una experiencia parecida a la de Honnold que si lo vieras desde la pantalla del televisor de tu casa. O quizá no te meterías en la jaula del UFC a pelear contra un profesional, pero sí lo harías en la comodidad de tu casa y sin miedo a las repercusiones físicas que pudieran derivarse de un combate real. De hecho, algo parecido pasa ya por ejemplo en el Taekwondo virtual, donde lxs competidorxs pueden arriesgar la integridad física de su jugador virtual sin miedo a los golpes o lesiones derivadas.
Siguiendo los análisis sobre la informalización de Cas Wouters, la era de los esports podría ofrecer a los humanos la posibilidad de adentrarse y experimentar en zonas inexploradas de su propia emocionalidad sin las repercusiones negativas que pudieran derivarse de tal actividad en lo analógico. Sería algo parecido a lo que de otro modo se hacía ya en el arte o de forma no controlada durante los sueños, pero en este caso en un mundo conscientemente diseñado a tal efecto.

jueves, 22 de diciembre de 2022

Del orientalismo espiritual de Karate Kid (1984) al conservadurismo white trash de Cobra Kai (2018)

Karate Kid (1984) habla sobre la sociedad estadounidense de ese momento y los estereotipos existentes respecto a las artes marciales orientales. El protagonista principal es Daniel LaRusso, chico que se tiene que mudar con su madre separada a otra parte del país para encontrar un futuro mejor. Ellos encarnan a la familia desestructurada, de clase trabajadora, inmigrante (nótese el apellido italiano) que debe seguir adelante para labrarse un futuro; algo que tiene mucho que ver con el mito fundacional de la sociedad estadounidense. Por casualidad, Daniel se encuentra allí con un excombatiente japonés de la 2ªGM, el señor Miyagi, procedente de Okinawa y maestro de karate. El señor Miyagi representa en todo momento la figura del venerable sabio guerrero oriental, con su perilla blanca, con sus maneras calmadas y reflejos felinos.
Estos dos personajes (Daniel y Miyagi) son perdedores que van a dar la vuelta a su destino, superando a los que representan su némesis: Johnny Lawrence, el chico guapo del instituto y capitán del equipo de karate, y su instructor John Kresse, excombatiente de Vietnam y miembro de las fuerzas especiales; la máquina de matar. Mientras que Miyagi y Daniel siempre van de blanco y el símbolo que les representa en un bonsai (estética, delicadeza), Lawrence y Kreese van de negro, sin mangas (para enfatizar su estilo macarra) y el símbolo de su dojo (el Cobra Kai) es una cobra en posición de ataque. Ali Mills, la guapísima novia de Lawrence, hacia la que se ve atraído Daniel de forma irresistible, aparece como la excusa desencadenante del conflicto entre ambos. La pugna por la chica se acabará dirimiendo mediante el combate entre los dos chicos en el torneo de Karate. Por supuesto, Daniel gana contra todo pronóstico, utilizando una técnica secreta que su enigmático sensei japonés le ha ido enseñando en apenas unos meses. Llegamos ahora a la serie Cobra Kai en 2018 y las tornas se han invertido totalmente. Vemos a Johnny Lawrence como un representante de la white thrash americana, blanco de clase trabajadora que se ha quedado atrás en este nuevo mundo globalizado de deslocalización industrial. Lawrence aparece como un loser anclado en su pasado: usa un coche deportivo rojo antiguo que lleva aun cintas de música (con música rock de los 80), vive en un apartamento destartalado, haciendo chapuzas, bebiendo cerveza, con un hijo al que no ve hace mucho. Por el contrario, Daniel LaRusso es un brillante empresario que lleva un concesionario de coches, tiene una familia perfecta: la imagen del éxito americano, del hombre hecho a sí mismo (si bien el dinero le ha hecho olvidar su espiritualidad; ya no practica karate). En un momento de lucidez, Lawrence decide hacer algo con su vida y abre de nuevo el dojo Cobra kai. Curiosamente, sus alumnos son los chavales perdedores del siglo XXI: los débiles, los nerds, la chica obesa, el desfigurado; los que sufren bullying en el colegio. Lawrence no aguanta el modo sensiblero en el que se manejan estos chavales (guiño crítico a la sobreprotección de la infancia y juventud actual) y decide instruirles mediante su estilo agresivo de karate (“golpea primero, golpea fuerte, sin piedad” reza el escrito en la sala de entrenamiento). Este tipo de karate (negativo en la película Karate Kid) sirve para ayudar a los perdedores a levantar la cabeza y no resignarse ante los abusos. Este karate ha pasado a ser una herramienta positiva de empoderamiento para todxs ellxs y de redención para el propio Lawrence que vagaba sin rumbo.
Para entender cómo y por qué aparece ahora Cobra Kai como secuela de la película original hay que ampliar el foco de miras y entender fenómenos socioculturales más amplios que parecen conectar la actual época con lo que ocurría en los años 80: auge del conservadurismo y neoliberalismo en lo político; guerras culturales respecto a cuestiones identitarias; manifestaciones ostentosas (colores vivos, oro, etc) en el gusto y modos de vida. Cobra Kai no es la primera ni la última serie que se basa en la estética de aquellos tiempos. Quizá, la serie de éxito que major encarna tal enfoque ha sido Stranger Things. No obstante, en ese paralelismo entre ambas épocas hay algo que ha cambiado y que se aprecia bien en el paso de la película Karate kid a la serie Cobra Kai. El karate que aparecía en la película original como una crítica hacia una serie de valores de agresividad y competitividad boyantes en la década de los 80 (cuando la identidad sobre qué era ser americano se veía segura), se ha tornado 40 años más tarde (identidad americana amenazada en un mundo global) en un modo de añoranza nostálgica sobre un estilo de vida (americano) que era más duro, más bruto, pero menos complejo y más honesto.

lunes, 20 de junio de 2022

Se baja la cabra 2022

Después de los dos años pandémicos supongo que había más ganas que nunca de bajar la cabra este año. Digo que supongo porque nunca antes había formado parte del evento; ya ves, con 44 años y decido ahora que esta vez no me lo voy a perder. Llego sobre las 18.40 a la fuente seca que está en frente de las torres Kio. De momento no mucha gente pero los que están, están ya muy animados, tirando trucos en el plano y algunos metiéndose en el mini-bowl que forma la fuente. Algo de acción, pero aun calma tensa. “-Son la siete y dos. – Si, ya, pero no creo que salga puntual.” Nada más oír esto (me acababa de quitar los cascos) oigo a mi espalda que empiezan a golpear el suelo con la tabla -como cuando se hace para aplaudir un truco y animar- y acto seguido veo a todos corriendo ya hacia uno de los laterales de la Castellana. Pasamos unas vallas de obra y ya está La Cabra, lanzada cuesta abajo. No he tenido tiempo ni de montar la cámara y no es hasta pasado este primer momento donde las cosas parecen que se calman y puedo sacar el cubo polaroid y poner el imán que lleva sobre la moneda de dos céntimos pegada a la visera de la gorra con esparadrapo. Seguimos avanzando a buen ritmo, la gente pateando a saco con las pequeñas tablas de calle. Como llevo ruedas gordas en el cruiser tengo a veces que frenar un poco para ajustar la velocidad de los que van por delante. Lo más difícil, a parte del tráfico que te viene por los lados o está parado, es precisamente ir con la velocidad del grupo para que avance todo como una masa compacta y no haya caídas ni atropellos. Aun así, cada cierto tiempo alguno rueda por el suelo, sobre todo cuando se enganchan con las rejas metálicas que se encuentran atravesando toda la calzada (me recuerda a esas carreras de caballos del Grand National donde en cada obstáculo ves que cae algún caballo). Yo mismo me engancho, no en una de ésas sino en una alcantarilla desajustada por la que hay que pasar sí o sí al tener que esquivar algunos coches que están parados en un semáforo en rojo cuando avanzamos hacia la calzada central.
En general, la gente que nos ve bajar nos saluda y vitorea, alucinando supongo con la ola de ruido y movimiento skater que baja arrebatando por un momento el asfalto a los coches. Éstos, a parte de algunos pitidos cuando nos saltamos todos los semáforos en rojo que encontramos, se muestran más o menos comprensivos, parando antes de generar una situación de peligro. No está siendo la cosa muy accidentada; sí, algunas caídas, una moto que ha rodado por el suelo, pero, al parecer, sin consecuencias graves, etc. Algunos skaters suben a la acera y vuelven a bajar e bordillo e incluso veo por el rabillo del ojo a uno que se salta con un ollie una de las aletas de plástico azul que separa el carril bus y va directo hacia mí, aunque es capaz de enderezar la dirección antes de que choquemos. Llegamos a la plaza de Colón y la gente se arremolina alrededor de uno de los monumentos que ofrece unos bordillos con tres alturas distintas desde los que la gente tira trucos dependiendo de su habilidad y confianza. Desde la lejanía observan un grupo de policías nacionales que han parado a ver si se monta jaleo pero que tras un rato se marchan al observar que la gente está allí para disfrutar y pasarlo bien. La Cabra 2022 se ha bajado y habrá que esperar al próximo año para sentir otra vez el viento en la cara, la vibración en los pies y la magia de poder imaginar y disfrutar otras formas de estar y moverse por la ciudad.

viernes, 3 de septiembre de 2021

La gentrificación del underground en las subculturas deportivas

Hace una semana subí a la zona de los Galayos con unos amigos con la intención de hacer vivac cerca del refugio Victory. Cuando llegamos al refugio, que estaba abierto, no encontramos a nadie, aunque sí vimos algunas cosas que indicaban que alguien estaba por allí. Al poco rato llegó un pequeño grupo de personas que, desde el primer momento, trató de evitarnos y hacernos ver que no éramos bien recibidos por allí. Dijeron algo sobre que eran escaladores y uno de ellos el guarda del refugio, poco más. Para resumir la historia, dos de nosotros que no querían hacer vivac durmieron dentro del refugio, pero nadie les avisó de que costara dinero. Tan solo, un intercambio breve con el guarda sobre si iban o no a desayunar a la mañana siguiente (“no, traemos nuestras cosas”). Nuestra sorpresa fue que, al día siguiente, el guarda se dirige a los que habían dormido para pedirles que pagaran 7,5 € cada uno por pernoctar. Durante la discusión con ellos sobre si teníamos que pagar o no salieron argumentos como que “esto hay que mantenerlo, no se paga solo” o “vivimos en un sistema en el que, nos guste o no, hay que pagar por las cosas.” Ahora empezaba a cobrar sentido el cartel colgado a la entrada del refugio en el que ponía precios de distintas comidas (por ejemplo, bocatas). Estos pequeños capitalistas del underground jugaban al doble juego de tratar de mantener un pie en la autenticidad de la escalada (“no nos vendemos”) pero el otro en el negocio de tratar de ganar dinero a costa de sacarle los cuartos a turistas/domingueros/excursionistas (“nos vendemos”). Debe ser difícil vivir en la tensión continua de tener que tratar con clientes que en verdad odias o desprecias. Así se interpretaba esa actitud elitista y de desprecio con la que nos trataban y que solo se hubiera transmutado en cordialidad y falsa simpatía si hubiéramos hecho el dispendio de cena, cama, desayuno y clases de escalada, todo incluido. Como dice un amigo, solo son tus amigos si les pagas. Esta (desagradable) anécdota ejemplifica tendencias más amplias en el desarrollo de eso que en otro tiempo se conocían como subculturas deportivas (escalada, surf, skate) pero que ahora se refieren ya a deportes como estilo de vida (lifestyle sports). Estamos en la consumación de la transición de un modelo informal, vinculado a los practicantes de la actividad que mantenían el control sobre la misma (siendo el fenómeno del localismo la manifestación más exacerbada de dicho control) a un modelo deportivo profesionalizado en todos los sentidos y por tanto dirigido más y más por órganos de gobierno y empresas ajenas a los participantes directos. No es casualidad que la inclusión de la escalada, surf, skate en los JJOO presencie en paralelo el desarrollo de empresas que tratan de dar servicios vinculados a esas actividades (escuelas de surf que organizan cursos y estancias, instalaciones indoor de skate o rocódromos). Por mucho que, de momento, esas empresas de servicios sigan perteneciendo a participantes directos de la actividad (escaladores, surfistas, skaters), nada impide que con el tiempo grandes empresas dirigidas por gente externa a la actividad tomen el control.
En esa transición en la que aún nos encontramos, hay algunos participantes que se lanzan de lleno a la nueva era profesional y tratan de sacar tajada mediante la creación de empresas y servicios. No obstante, hay otros que tratan de mantenerse ajenos a ello, fieles a un espíritu de práctica que está más allá de lo comercial y lo organizado. Por último, encontramos gente como nuestros amigos de Galayos que tratan de hacer las dos cosas a la vez, pagando el precio de sentirse mal a ratos (“tener que aguantar a esta gentuza que no sabe nada de la montaña”) a cambio de poder sacar algo de dinero para poder ganarse la vida o, al menos, algún dinerillo. De lo que no se dan cuenta estos últimos es de que ellos también están contribuyendo a socavar las condiciones de la actividad que tanto aprecian y quieren conservar. Como los artistas que actúan de avanzadilla gentrificadora de barrios chungos, los capitalistas del underground de la escalada, están convirtiendo el refugio en un negocio de casa/restaurante rural, abriendo la puerta a la comercialización de la montaña, al ofrecimiento de servicios vinculados a la escalada, a favorecer que un sitio chungo (debido a la dificultad de acceso y la parquedad de servicios) se convierta en accesible para gente corriente, característica común de lo que toda subcultura elitista que se precie llamaría mainstream. En cuanto las grandes empresas se den cuenta de que ahí también se puede hacer dinero, veremos si no optan por ganarse la confianza de los entes públicos (Ayuntamientos/Comunidades/Estado) para la privatización de esas zonas en aras de un mejor servicio, mantenimiento, seguridad y accesibilidad. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez si se va a cobrar por subir vías de escalada en la montaña o por surfear las olas de la playa? Si seguimos por este camino de comercialización y domesticación de los espacios naturales, esta pregunta podría dejar de ser una mala broma para convertirse en una pesadilla real.