viernes, 22 de enero de 2016

¿Qué puede hacer un cuerpo?

Esta es la pregunta que Judith Butler, citando a Deleuze, hace a una chica en silla de ruedas, Sunaura Taylor, mientras pasean por las calles de San Francisco. Una pregunta nada inocente, que implica toda una política sobre lo corporal. Una pregunta que propone un enfoque de partida que lo cambia todo: no se pretende una clasificación estática de las esencias, de lo que es y/o debe parecer un cuerpo masculino, femenino, viejo, joven, sano, atlético, discapacitado. Más bien se trata de una visión pragmática, en el sentido de atender a resultados y habilidades, de capacidad de acción de un cuerpo, esté conformado éste del modo que sea. No olvidemos que una de las características fundamentales del movimiento humano es su gran variabilidad funcional: poder realizar lo mismo de diferentes maneras. Sin embargo, como comenta Sunaura, hay ciertos usos de su cuerpo que socialmente no están permitidos ya que son considerados como transgresores. El ejemplo que muestra es algo tan cotidiano como pedir una bebida en un bar. Ella no tendría problema alguno en poder coger la taza con la boca y llevarla directamente a su mesa. Sin embargo, la incomodidad de los presentes ante este uso inusual de la boca, expresada en modos tan sutiles como unas simples miradas de desconcierto o tan bien intencionados como la ayuda inmediata sin esperar a que la interesada lo pida, genera una especie de censura social constante que impide esas acciones. Precisamente por eso ella nos habla no de discapacidad como una cuestión biológica de su físico sino de los efectos discapacitadores de la censura social a la que está expuesta constantemente. Quizá no haya otro ámbito en el que este tipo de cuestiones sean más relevantes que aquél en el que el cuerpo se torna fundamental: la actividad física y el deporte. La pregunta es la siguiente: ¿por qué se supone que tiene que haber disciplinas, modalidades deportivas especiales para los llamados discapacitados? ¿Por qué tiene que haber siempre una serie de adaptaciones especiales para ellos? Una respuesta lógica (que no la única válida) se deriva del prisma según el cual miramos el deporte discapacitado: un enfoque de deporte de rendimiento aplicado a una subcategoría, en este caso discapacitados (igual que se hace por otra parte con el deporte femenino). Pero, ¿y si fuera de esa isla de deporte competición hubiera mucho más terreno para explorar verdaderamente nuestras capacidades humanas, sea nuestro cuerpo el que sea? Es ese cambio de enfoque precisamente el que expresa de modo óptimo el término diversidad funcional en vez de discapacidad. Cuerpos que hacen cosas de diversas maneras, no que pueden hacer menos o que tienen menos capacidad. Un buen ejemplo de estos pioneros, sea o no dentro del deporte competitivo o como deporte praxis sin reglas establecidas de antemano lo encontramos en los protagonistas que aparecen en el siguiente vídeo. Nuestra mayor incapacidad está en la imposibilidad de imaginar que las cosas pueden hacerse de otras maneras y que pueden ser igual de significativas para el que las hace, gane o no medallas con ello.