domingo, 10 de junio de 2018

Los buenos modales de Rafa Nadal

Hoy ha vuelto a ganar Roland Garros. Rafa Nadal ha mostrado, una vez más, no solo un juego excepcional sino un trato al rival y unas formas de comportarse en la pista dignas de lo que antiguamente se llamaría un verdadero gentleman. El modelo deportivo que encarna Nadal contrasta con el de algunos futbolistas de nuestro país, a los que comúnmente consideramos maleducados, engreídos o caprichosos. Muchas veces tendemos a pensar que esas diferencias se deben tan solo a características de la personalidad propia de cada deportista. Sin embargo, ese análisis personalista pasa por alto cuestiones sociológicas que autores como Bourdieu o Elias considerarían de vital importancia, como por ejemplo todo el desarrollo socio-histórico de los distintos deportes, su relación con las distintas clases sociales, con las buenas maneras o con el capital cultural.
Deportes como el tenis (o el golf, la vela o la hípica) mantuvieron un desarrollo mucho más vinculado a clases privilegiadas que otras modalidades tales como el fútbol en el que en seguida prendió la mecha de la profesionalización y se expandió por todo el espectro social. Los códigos de los privilegiados gentlemen amateur daban muchísima importancia a las formas de autocontrol y porte dentro de la competición. Dejarse llevar fácilmente por las pasiones en la victoria o la derrota no denotaba más que un escaso control emocional, característico de las clases populares, de las cuales trataban de diferenciarse. Si bien el tenis o el golf sufrieron también cierta expansión social (dejaron de ser tan elitistas), es cierto aun hoy en día que los deportistas de esas disciplinas suelen provenir de familias —al menos— de clases medias, en contraposición a la gran predominancia de origen obrero de los futbolistas. Pero no solo la buena educación en el sentido de los modales, sino en el sentido de la instrucción escolar y conocimiento adquirido tiene que ver con la cuestión de clases social a través de la distinta distribución del capital cultural de la familia de la que proviene el deportista. Rafa Nadal muestra un comportamiento deportivo ejemplar tanto fuera como dentro de la pista. Sin embargo, su quehacer expresa mucho más que detalles de su personalidad. Toda la historia social del deporte se expresa a través de Nadal, solo hay que estar bien atentos.

domingo, 6 de mayo de 2018

Local heroes

Desde que empezamos a vivir por la zona de Tirso de Molina, allá por 2010, a Fátima y a mí no dejaban de sorprendernos unos graffitis que aparecían por la zona, casi siempre juntos o muy cercanos: una especie de cara rara que guiñaba un ojo, un oso, un zorro o un pulpo. Luego, no sé cuándo, nos dimos cuenta de que algunos de esos graffitis están asociados a algo llamado Belmez Face, las caras de Belmez… Espera un momento, ¿no son esas las apariciones misteriosas en la pared de un pueblo de Jaen? Tampoco sé exactamente cuando supimos que ese nombre estaba asociado también con la actividad del bouldering. La palabra inglesa boulder se refiere literalmente a peñascos, trozos enormes de piedra que ofrecen una serie de problemas en roca más o menos cortos, más o menos altos, que hay que resolver sin más ayuda que unos pies de gato. Problablemente, como dicen los de Belmez Face, el bouldering vino primero y de ahí luego la escalada. Para muchos niños pequeños la tentación de trepar y subirse a las alturas es irrefrenable. ¿Recuerdo atávico de nuestra especie homínida? No lo sé, pero sí creo que hay relación original y potente en la idea de escalar sin la ayuda de cuerdas. La idea de añadir toda una serie de aparatajes a la práctica se me hace pesada; se pierde frescura y libertad. Esa pulsión de escalar por deporte —entendido éste como la forma de pasar un rato ocioso— no para después de la infancia; simplemente la sepultamos debajo de paladas de rutina laboral. Ese juego de la escalada sin más pretensiones que pasarlo bien, sin necesidad de escalar para ir a las olimpiadas, es el que defiende Belmez Face. Pero además, para este colectivo la práctica corporal del bouldering está asociada a otras manifestaciones culturales como la música o el grafitti y a una conciencia política de lo que es vivir en este tipo de ciudad de principio de siglo. Manteniéndose en el lado oscuro de la escalada, son herederos de esa especia de sociedad secreta que en la primera mitad del siglo veinte formaron algunos estudiantes de Cambridge que se dedicaban a subir por todo tipo de monumentos y edificaciones de la ciudad cuando sus conciudadanos dormían plácidamente. Aleister Crowley, el mago ocultista —además de montañero— que se dejó notar en las influencias de los propios Led Zeppelin, forma parte de la simbología clave de estos estudiosos de la actividad paranormal de la roca.
Pero que nadie se lleve a engaño: el grupo que conforma Belmez Face son gente agradable y abierta. Ayer mismo les hice una visita en el nuevo Headquarters que tienen por la zona suroeste de la ciudad. Me abrieron las puertas sin ningún problema y me dejaron curiosear en qué consistía el Moon Board challenge y ver algunos pegues épicos en el famoso desplome de los 40º. Creer en lo que uno hace, poder llegar a vivir de ello sin tener que cambiar toda tu forma de entenderlo, querer desarrollar una escena local alrededor de ello. Todo eso representa para mi Belmez Face y creo que muestran un camino muy interesante de desarrollo de otro tipo de cultura física más allá de lo establecido con la que yo personalmente me siento muy identificado.

sábado, 28 de abril de 2018

A vueltas con el caso Semenya

Desde que salió hace unos años el caso Semenya, la cuestión de lo que debe considerarse como competición justa respecto a la categoría de género dista de poder zanjarse de forma satisfactoria. El centro de la polémica parece centrarse en la determinación científica de los niveles de testosterona que definan lo femenino. Hasta el momento, la IAAF simplemente había utilizado la sutil política de sugerir a las competidoras con ciertos “problemas de androginia” que se operaran o se retiraran discretamente. Sin embargo, el caso de Semenya y el más reciente caso de la corredora india Dutee Chand atacan directamente a uno de los pilares centrales de la política de clasificación binaria en deporte: el test de género, por el cual se determina si una mujer —porque recordemos que la polémica solo se centra en la categoría femenina— es “mujer” desde el punto de vista deportivo y por tanto puede competir con otras mujeres.
La última idea de la IAAF en este sentido ha sido la de establecer una norma por la cual las atletas con niveles anormalmente altos de testosterona deberán afrontar tratamiento hormonal, retirarse, competir contra hombres o inscribirse en competiciones de categoría intersexual. La medida entrará en vigor el próximo noviembre y se aplicará en primer lugar en la prueba de 400 m, distancia en la que parece que los elevados niveles de testosterona podrían influir más en el rendimiento. Para evitar posibles polémicas referidas a la identidad sexual de las personas, la IAAF dice que esas cuestiones no son de su competencia, que simplemente vela por la justicia competitiva. Claro que, si tu vida es la de una atleta profesional, que te obliguen a renunciar a tu carrera o a alterar tu biología para poder seguir compitiendo, podemos decir que la IAAF sí está afectando con esas medidas cuestiones de identidad y de identidad sexual. Cargados de justificación científica, los informes de la IAAF dicen que aquellas atletas que superen una concentración de cinco nanomoles de testosterona por litro tendrían mucha ventaja sobre las competidoras. Pero aquí viene lo relevante. De acuerdo con investigaciones científicas, la mayoría de las mujeres tienen niveles entre 0.12 y 1.79 nanomoles y los hombres entre 7.7 a 29.4 nanomoles. ¿Por qué debe considerarse injusto cuándo las mujeres pasan de ciertos niveles, pero no hay un equivalente de niveles injustos de testosterona dentro del rango de los hombres? Yo creo que la diferencia entre 7.7 y 29.4 es cuando menos amplia y eso suponiendo que no haya hombres extraordinarios (y los atletas de élite son de todo menos ordinarios) que tengan niveles más altos. El establecimiento de niveles de testosterona para determinar categorías deportivas es una forma más evolucionada y sutil de lo que antes era el test de género. La focalización de la cuestión en un tema únicamente (aparentemente) científico pretende borrar cualquier conexión con la cuestión política de fondo, a saber, el mantenimiento binario de categorías de género en la que el sentido común dice que hay un deporte superior (el masculino) y uno inferior (el femenino) y todos aquellos casos que traten de borrar las categorías serán tratados como sospechosos y deberán ponerse en regla de la formas más aséptica, más científica; es decir, más política pero aparentemente despolitizada. Esto no implica necesariamente una teoría conspirativa de los hombres para mantener el deporte de las mujeres subordinado; muchas de las más fervientes quejas sobre la cuestión de competición injusta vienen de las propias corredoras agravadas por una supuesta desventaja de partida. Aun teniendo en cuenta las mejores intenciones por parte de los expertos y la IAAF para el establecimiento de justicia deportiva, el mantenimiento de mecanismos que determinen las categorías binarias de género no dejará de tener consecuencias injustas para colectivos minoritarios y más vulnerables. Esto, le guste a la IAAF o no, es política.