lunes, 5 de mayo de 2014

Fútbol como acumulación sin límite

El deporte, más concretamente el fútbol, ha dejado hace tiempo de ser ya un mero entretenimiento en el que nos divertimos y vemos reflejada nuestra mejor cara (oh, ¡valores del deporte!) para convertirse en un negocio que comercia con las emociones. No me refiero a que el fútbol no tratara siempre sobre lo emocional, sobre eso que se llama el sentimiento y la pasión de los aficionados, sino que ahora más que nunca se utiliza para hacer suculentos negocios político-financieros con la coartada perfecta de que la gente necesita el fútbol (casi) más que comer o que estar sano. Los casos de corrupción, dinero negro e ingeniería financiera para evadir impuestos que mueve este juego, las inversiones provenientes de sectores como la construcción o el petróleo…son manifestaciones más o menos visibles o encubiertas de una misma lógica: hacer y ganar más dinero.
Para Marx, lo que distingue al capitalismo de cualquier otro tipo de sistema de producción anterior es la acumulación ilimitada de capital, siguiendo un ciclo de ahorro-inversión sin fin; lo que en jerga empresarial (que ya es el nuevo sentido común) sigue expresándose con el mantra del crecimiento ilimitado. Para Wallerstein los capitalistas eran como ratones en una rueda que solo querían ir más rápido (ganar más) para ir aún más rápido (para seguir ganando más), sin un fin más allá. Los aficionados de fútbol no son siquiera los ratones; son los que soportan la rueda para que corran sobre ellos dando patadas a un balón mientras se regodean de lo bien que son pisoteados. Eso sí, con mucho estilo y con mucha emoción.