miércoles, 13 de julio de 2016

Bruno hortelano o la excepcionalidad nacional

Y un día cualquiera acaba pasando. Un día cualquiera de la semana pasada del mes de julio de 2016 un español se proclama campeón europeo de los 200m y queda cuarto en los 100m y deja a todo el mundo boquiabierto. ¿Dónde estaba este chico? Pues donde estaban y han estado siempre todos los demás velocistas españoles: ahí mismo, quizá tirados en el sofá de casa, quizá dando patadas a un balón en una del millar de ligas de fútbol que pueblan este país. Si la mitad del talento que se enfila hacia el fútbol se enfilara hacia la velocidad en atletismo aparecerían muchísimos más Brunos Hortelanos españoles. Solo hay que fijarse en el sistema más perfecto y profesionalizado de la velocidad en el mundo actualmente: Jamaica. Sí, ya sé que la primera reacción del lector será la del racistilla bonachón que habita en nuestras mentes. ¡Anda ya!, ¿cómo vamos a competir los españoles, bajitos y rechonchos contra esos negros tocados por la genética divina?
Demasiado evidente, demasiado claro el argumento circular (por tanto falso) que se sustenta en las evidencias de las finales de los 100m. Todos los finalistas son negros, por tanto son los mejores y ¿por qué son los mejores? Porque son negros. Y para cimentar esto hay que tirar de una buena justificación científica; es decir, encontrar el gen mágico que explique la sobrerrepresentación o infrarrepresentación de ciertas poblaciones en ciertas pruebas. Si ya la propia noción de raza vinculada a un color es muy problemática, la cuestión del supuesto gen mágico de la velocidad (ACTN-3 en su versión activa como mejor candidato) no explica en sí por qué no encontramos europeos en las finales de velocidad. Según diversos estudios tal gen está en una alta proporción también en europeos pero eso no se traduce en una representación equivalente en la línea de salida. Aquí es cuando deberíamos analizar factores determinantes pero que pasan por invisibles o accesorios. Me refiero al hecho ya comentado de la selección inicial del talento y el grado de profesionalización (recompensa económica, reconocimiento social, sistemas de entrenamiento, competiciones de nivel etc…) de la disciplina. Normalmente, si hay una prueba copada por ciertas poblaciones se tiende a pensar que son los mejores debido a su naturaleza. Pero esto se basa en la falsa premisa de que todas las poblaciones ponen la misma cantidad de talento en la prueba, todos tienen las mismas condiciones (grado de profesionalización) y a partir de ahí luego se genera la jerarquía de méritos. Al contrario; nunca ocurre así. Las tradiciones deportivas culturales orientan el talento hacia uno u otro sentido, tienen un grado de profesionalización de la disciplina específico y a partir de ahí se produce la selección. Por todo esto, no deja de sorprender como, de vez en cuando, surgen como por generación espontánea en nuestro país, deportistas que no debían ser, que no podían ser, pero son. Bruno Hortelano es el último caso pero nuestra historia está plagada de este tipo de casos, desde Severiano Ballesteros a Carolina Martín, de Manolo Santana a Pirri, de Joaquín Blume a Javier Fernández.