viernes, 3 de septiembre de 2021
La gentrificación del underground en las subculturas deportivas
Hace una semana subí a la zona de los Galayos con unos amigos con la intención
de hacer vivac cerca del refugio Victory. Cuando llegamos al refugio, que estaba
abierto, no encontramos a nadie, aunque sí vimos algunas cosas que indicaban que
alguien estaba por allí. Al poco rato llegó un pequeño grupo de personas que,
desde el primer momento, trató de evitarnos y hacernos ver que no éramos bien
recibidos por allí. Dijeron algo sobre que eran escaladores y uno de ellos el
guarda del refugio, poco más. Para resumir la historia, dos de nosotros que no
querían hacer vivac durmieron dentro del refugio, pero nadie les avisó de que
costara dinero. Tan solo, un intercambio breve con el guarda sobre si iban o no
a desayunar a la mañana siguiente (“no, traemos nuestras cosas”). Nuestra
sorpresa fue que, al día siguiente, el guarda se dirige a los que habían dormido
para pedirles que pagaran 7,5 € cada uno por pernoctar. Durante la discusión con
ellos sobre si teníamos que pagar o no salieron argumentos como que “esto hay
que mantenerlo, no se paga solo” o “vivimos en un sistema en el que, nos guste o
no, hay que pagar por las cosas.” Ahora empezaba a cobrar sentido el cartel
colgado a la entrada del refugio en el que ponía precios de distintas comidas
(por ejemplo, bocatas). Estos pequeños capitalistas del underground jugaban al
doble juego de tratar de mantener un pie en la autenticidad de la escalada (“no
nos vendemos”) pero el otro en el negocio de tratar de ganar dinero a costa de
sacarle los cuartos a turistas/domingueros/excursionistas (“nos vendemos”). Debe
ser difícil vivir en la tensión continua de tener que tratar con clientes que en
verdad odias o desprecias. Así se interpretaba esa actitud elitista y de
desprecio con la que nos trataban y que solo se hubiera transmutado en
cordialidad y falsa simpatía si hubiéramos hecho el dispendio de cena, cama,
desayuno y clases de escalada, todo incluido. Como dice un amigo, solo son tus
amigos si les pagas. Esta (desagradable) anécdota ejemplifica tendencias más
amplias en el desarrollo de eso que en otro tiempo se conocían como subculturas
deportivas (escalada, surf, skate) pero que ahora se refieren ya a deportes como
estilo de vida (lifestyle sports). Estamos en la consumación de la transición de
un modelo informal, vinculado a los practicantes de la actividad que mantenían
el control sobre la misma (siendo el fenómeno del localismo la manifestación más
exacerbada de dicho control) a un modelo deportivo profesionalizado en todos los
sentidos y por tanto dirigido más y más por órganos de gobierno y empresas
ajenas a los participantes directos. No es casualidad que la inclusión de la
escalada, surf, skate en los JJOO presencie en paralelo el desarrollo de
empresas que tratan de dar servicios vinculados a esas actividades (escuelas de
surf que organizan cursos y estancias, instalaciones indoor de skate o
rocódromos). Por mucho que, de momento, esas empresas de servicios sigan
perteneciendo a participantes directos de la actividad (escaladores, surfistas,
skaters), nada impide que con el tiempo grandes empresas dirigidas por gente
externa a la actividad tomen el control.
En esa transición en la que aún nos encontramos, hay algunos participantes que
se lanzan de lleno a la nueva era profesional y tratan de sacar tajada mediante
la creación de empresas y servicios. No obstante, hay otros que tratan de
mantenerse ajenos a ello, fieles a un espíritu de práctica que está más allá de
lo comercial y lo organizado. Por último, encontramos gente como nuestros amigos
de Galayos que tratan de hacer las dos cosas a la vez, pagando el precio de
sentirse mal a ratos (“tener que aguantar a esta gentuza que no sabe nada de la
montaña”) a cambio de poder sacar algo de dinero para poder ganarse la vida o,
al menos, algún dinerillo. De lo que no se dan cuenta estos últimos es de que
ellos también están contribuyendo a socavar las condiciones de la actividad que
tanto aprecian y quieren conservar. Como los artistas que actúan de avanzadilla
gentrificadora de barrios chungos, los capitalistas del underground de la
escalada, están convirtiendo el refugio en un negocio de casa/restaurante rural,
abriendo la puerta a la comercialización de la montaña, al ofrecimiento de
servicios vinculados a la escalada, a favorecer que un sitio chungo (debido a la
dificultad de acceso y la parquedad de servicios) se convierta en accesible para
gente corriente, característica común de lo que toda subcultura elitista que se
precie llamaría mainstream. En cuanto las grandes empresas se den cuenta de que
ahí también se puede hacer dinero, veremos si no optan por ganarse la confianza
de los entes públicos (Ayuntamientos/Comunidades/Estado) para la privatización
de esas zonas en aras de un mejor servicio, mantenimiento, seguridad y
accesibilidad. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez si se va a cobrar por subir
vías de escalada en la montaña o por surfear las olas de la playa? Si seguimos
por este camino de comercialización y domesticación de los espacios naturales,
esta pregunta podría dejar de ser una mala broma para convertirse en una
pesadilla real.
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