sábado, 3 de agosto de 2024
Khelif, testosterona y estereotipos de género en boxeo
En el post anterior ya aclaraba como la supuesta polémica vinculada al caso de
Imane Khelif en los JJOO 2024 quedaba resuelta si simplemente aceptábamos el
hecho de que la boxeadora argelina es una mujer con altos niveles de
testosterona producidos de forma natural por su cuerpo. A pesar de que esto
debería zanjar ya la discusión sobre su aceptación en la competición, podemos ir
más allá para hablar sobre la otra gran preocupación que surge en este caso, que
no es otra que la seguridad de las competidoras y que pone en duda la
participación de atletas intersexuales con hiperandrogenismo como Khelif. El
argumento resumido dice así: atletas con hiperandrogenismo, que producen más
testosterona que los niveles considerados normales para las mujeres, tienen
mayor capacidad para el desarrollo muscular y la fuerza. Esto no solo les da una
ventaja competitiva injusta, sino que puede poner en riesgo a las mujeres que
compiten contra ellas en deportes de gran contacto, como, por ejemplo, en rugby
o boxeo. A pesar de que hay amplia evidencia científica de la influencia
positiva de la testosterona en el rendimiento deportivo, hay una serie de
afirmaciones no confirmadas científicamente o basadas en estereotipos de género
que se asocian a dicho hecho y confunden el debate sobre casos como el de
Khelif.
Sobre las afirmaciones no confirmadas científicamente:
1. Los niveles detestosterona tienen una relación directa con la potencia de pegada en boxeo.
2.La potencia de pegada tiene una relación directa con la victoria.
No sabemos por ejemplo los niveles de testosterona que tenían grandes noqueadores como George
Foreman, Mike Tyson o Roberto “Mano de Piedra” Durán. Tampoco los conocemos para
el que la mayoría citan como el boxeador que pegaba más duro de todos los
tiempos: Earnie Shavers, que ganó 70 de sus combates por K.O, 23 de ellos en el
primer round. Lo que sí sabemos es que Shavers no fue, ni de lejos, el mejor de
su tiempo, perdiendo su oportunidad de obtener el cinturón de los pesados contra
campeones como Ali o Larry Holmes. Por contra, uno de los considerados como
mejores boxeadores de todos los tiempos, Floyd Mayweather, no era un gran
pegador.
Sobre los estereotipos de género:
1. Las mujeres son débiles y por eso,ni pegan fuerte ni, por supuesto, pueden pegar como un hombre. Recomiendo ver
estos dos vídeos para plantearse algunas cosas:
https://www.youtube.com/watch?v=OtQplASJNcw
https://www.youtube.com/watch?v=_mfn5As4G5o&t=76s
2. Las mujeres deben ser (paternalistamente) protegidas. Por eso, la relación entre niveles de
testosterona, rendimiento deportivo y seguridad en la práctica solo tiene
relevancia en la categoría femenina. ¿Qué pasa con las diferencias vinculadas a
la testosterona en hombres? ¿Hay gran preocupación por la salud de los púgiles
hombres que son noqueados por competidores con altos niveles de testosterona?
Debido a toda esa mezcla de afirmaciones científicas (la testosterona mejora el
rendimiento), pseudocientíficas (la testosterona dicta la potencia de pegada y
ésta es la que define la victoria) y estereotipos de género (las mujeres son
débiles y deben ser protegidas) nos encontramos con el barullo mental del caso
Khelif del que de momento no sabemos como salir. A pesar de lo complejo del
asunto, parece que la mayoría de los medios patrios ya han tomado partido,
citando últimamente a boxeadores de la selección nacional para asegurar el gran
riesgo al que somete la boxeadora argelina a sus rivales y por ende poner en
cuestión de forma permanente la participación de una deportista olímpica a la
que se la está machando y desestabilizando justo cuando más necesita que la
dejen tranquila para poder hacer lo que ha venido a hacer los JJOO: tratar de
conseguir la victoria, como todas las demás.
jueves, 1 de agosto de 2024
Boxeo, cromosomas y conspiranoias
La reciente victoria de la boxeadora argelina Imane Khelif sobre la italiana
Angela Carini en los octavos de final de los JJOO de París 2024 ha desatado la
polémica nuevamente sobre la elegibilidad de las atletas en las categorías
femenina y masculina. Como si de un nuevo caso Semenya se tratara (esta vez en
boxeo en vez de atletismo), volvemos a toparnos con el tratamiento injusto de
una competidora a la que tachan de hacer trampas sin haber hecho nada para
merecer tales calificativos.
Los casos de Khelif y Semenya son simples, pero no dejamos de hacerlos
complejos. Seguimos pensando la sexualidad según categorías binarias estancas
(hombre y mujer), vinculadas a un aspecto externo (relacionado con los
genitales) e interno (cromosomas) concretos. La ciencia muestra que hay toda una
gama de desarrollo sexual diverso, que hay personas con cromosomas XY
(típicamente masculinos) que son mujeres y que pueden presentar niveles más
altos de testosterona respecto a los que se consideran normalmente como
femeninos. Pero repito, son mujeres con niveles de testosterona altos; no son
hombres. Por tanto, la idea de que Khelif ganó injustamente a Carini y puso en
peligro su integridad física (he visto incluso comentarios acusando al Comité
Olímpico Internacional (COI) de fomentar el maltrato) no tiene fundamento. ¿De
dónde viene la polémica entonces? En 2023 tanto ella como la boxeadora Taiwanesa
Lin Yu-Ting habían sido descalificadas durante su participación en los
campeonatos mundiales debido a que la AIB (Asociación Internacional de Boxeo) no
las consideraba aptas para la categoría femenina. La propia AIB apoyaba su
decisión no en una prueba de niveles de testosterona, a la cual no se sometieron
las deportistas, sino a una serie de pruebas específicas sobre las que no dio
detalles ni reveló resultados. Como no podía ser de otra forma, el COI consideró
ese tipo de evidencias como arbitrarias y ha permitido a ambas boxeadoras
participar en los JJOO de París. De hecho, Khelif ya había participado en los
JJOO de Tokio, donde llegó a cuartos de final.
La polémica sobre Khelif se ha alimentado en redes sociales por las declaraciones de personales
públicos como la escritora J.K. Rowling o el cibermagnate Elon Musk y el efecto eco-altavoz de
la extrema derecha internacional, que ha salido en tromba alrededor del apoyo de
la boxeadora italiana Angela Carini. Lo más chocante del tema es que la propia
boxeadora italiana no criticó en ningún momento a su oponente argelina por su
supuesta condición masculina y simplemente dijo que se retiró tras sufrir un
golpe que le partió la nariz al comienzo del combate. Todo el ruido mediático
sobre esta cuestión lo hace gente alejada del ring, que está interesada en su
propia cruzada contra lo que consideran la ideología de género y la conspiración
woke para acabar con la civilización occidental, con teorías tan paranoicas como
la del great replacement (el gran reemplazo) sobre la raza blanca en la que el
descenso de la natalidad en occidente pasa por subvertir la idea de feminidad
maternal por parte de las feministas. Meloni y Díaz Ayuso lo tienen claro.
jueves, 12 de octubre de 2023
De alumnos y clientes
Hay una frase de la canción Corduroy de Pearl Jam que dice “no puedo comprar lo que quiero porque es gratis”. Cosas tan importantes como la amistad, el amor, la lealtad, el respeto no puede comprarlas el dinero, aunque sea capaz de producir sucedáneos e imitaciones a veces difíciles de diferenciar de lo real. Llevándolo a la cuestión de la actividad física y deportiva, mucho de lo que aprendimos cuando éramos pequeños lo adquirimos de forma totalmente gratuita: andar, correr, jugar a un número increíble de juegos y deportes.
Incluso cuando somos más mayores, sigue habiendo actividades lúdicas y deportivas como los llamados deportes alternativos que siguen transmitiéndose de modo informal pero muy eficiente; alguien llega al lugar de práctica donde el grupo enseña/aprende del grupo. Incluso habrá aun tradiciones familiares o locales vinculadas a prácticas lúdico-deportivas (juegos populares,artes marciales) que seguirán pasándose generacionalmente fuera de los circuitos monetarios. No obstante, no cabe duda que cada vez son menos las actividades físicas que escapan a la profesionalización y mercantilización. Hoy en día muchas de esas actividades (surf,skate,escalada,parkour) se ofrecen como clases regulares pagadas; ahora se pueden ver hasta clases para enseñar a montar en bici para niños y niñas, algo que parecería marciano en mi infancia.
En esa transición a la profesionalización de la enseñanza de la práctica deportiva que implica que instructores-entrenadoras-maestrxs den clases a cambio de dinero hay algo que cambia sustancialmente. No me refiero solo a la parte técnica (se produce una mayor pérdida del estilo personal de cada aprendiz porque en las clases regladas se tiende a la estandarización), sino a la parte de relación social entre el/la que enseña y los/las que aprenden. Fuera del circuito profesional de intercambio monetario, ya sea mediante una transmisión cultural más tradicional de maestrx a alumnx o una transmisión más informal entre grupos de iguales, la “moneda de cambio” tiene que ver con el respeto, la implicación, el valor que se le da a lo que se te está enseñando. No obstante, cuando el intercambio se centra en el pago de una cantidad por un servicio -en este caso la enseñanza de una habilidad- parece que todo lo demás está de más. Vamos, que si pagas puedes simplemente ir cuando quieras o te apetezca o te venga bien; que si quieres, no te implicas en las clases o puedes exigir al que te enseña que haga más entretenidas y motivantes las clases y que si en algún momento, cuando te de la gana, te quieres ir, no tienes ninguna responsabilidad con el/la que te ha estado enseñando hasta la fecha.
Es verdad que la profesionalización de la enseñanza favorece que una persona (el/la que enseña) pueda dedicar todo su tiempo a su profesión y esté en ese sentido mejor preparado/a para su cometido. El problema principal viene de lo que ocurre en la transición al pasar de alumnxs a clientes. Cada vez que doy clases a alguien que veo que no valora lo que para mí es algo muy importante se me rompe el corazón y el alma. Ni un solo céntimo de lo que me pague será capaz de reparar o curar la herida que me produce su actitud. Creo que el verdadero dilema al que se tiene que enfrentar alguien que quiera empezar a dar clases sobre algo que le guste es el siguiente: ¿Cuánto desprecio hacia lo que enseñas estás dispuesto a aceptar a cambio de dinero? Quizá la respuesta vaya cambiando y evolucionando a medida que vayas convirtiéndote en profesional de lo tuyo, pero la pregunta no va a desaparecer por mucho que te empeñes o la entierres bajo una actitud cínica ante la vida. Valorar lo que haces no es siempre buscar el precio justo de lo que enseñas sino determinar hasta cuanto aguantas y cuando dices basta, por mucho que eso implique en muchos casos perder dinero.
lunes, 2 de octubre de 2023
Juego, evolución y sociedad
Desde hace ya unos años abundan los mensajes que tratan de explicar desde teorías evolutivas reduccionistas los problemas de salud de toda índole que nuestros modernos estilos de vida (urbanos) generan. Desde las dietas y entrenamientos paleo a las asunciones que hace la psicología evolutiva sobre las características psico-fisiológicas de los cazadores recolectores se nos recomienda como panacea una vuelta a lo natural, como si ese concepto no estuviera ya plagado de asunciones de sentido común de las sociedades en las que se plantean. Curiosamente, estos discursos aparecen a la vez que una ola conservadora en lo político y económico que combina lo identitario (la tribu) con la libertad (individual), fusión definitiva en lo neoliberal que utiliza un discurso darwiniano estrecho para culpabilizar a las víctimas de sus propios males.
Ese tipo de mensajes vinculados a la evolución mediante una visión restringida han llegado también al ámbito del juego. Parece ser que el juego ha permanecido a lo largo de la evolución como mecanismo básico de supervivencia. A medida que la especie era más compleja, mayor presencia de lo lúdico en el desarrollo de sus individuos. Una posible explicación sería que permitía a los individuos ser más adaptivos a la hora de buscar soluciones a los problemas que podían encontrar y eso les daría ventajas competitivas en la lucha por la vida y la reproducción. Sin embargo, esta visión (que en parte defiendo) implica la perspectiva reduccionista de la que hablábamos al principio y que se estaría centrando solo en uno de los polos fundamentales de los que hablaba Darwin en su teoría. Darwin no hablaba de la supervivencia de los individuos sino de la especie y consideraba no solo la competición sino la cooperación como mecanismos básicos que guiaban la evolución (algo que aparece remarcado en la obra clásica de Kropotkin “El Apoyo Mutuo”). Si es cierto que una gran ventaja competitiva de los seres humanos era su capacidad racional (de ahí du denominación como homo sapiens) no es menos cierto que también lo fue su capacidad esencial de ser social. Coordinarse y cooperar con otros, con el grupo, de manera racional permitió a seres físicamente débiles en comparación con otros animales en el entorno natural ser superiores gracias a estrategias de comunicación muy eficaces para la caza, la vigilancia, el cuidado y la crianza colectiva.
Desde este punto de vista, el juego permitiría a los individuos de una especie (por ejemplo, la humana) no solo ser más adaptativos desde un punto de vista individual de resolución de problemas sino aprender a coexistir y a hacer cosas con otros individuos de la especie. No me refiero solo al conocimiento frío de reglas sociales sino a la sensibilización empática respecto a la emotividad del otro/a, que está antes que las reglas y que es la base de lo social. El juego permite el desarrollo de una flexibilidad cognitiva y afectiva para entender diferencias sutiles en la interacción humana y negociar o resolver situaciones que podrían desencadenar conflictos dañinos para el propio grupo. El humor está muy ligado a nuestra capacidad de juego y quizá es la manifestación lúdica más evidente de los adultos a la vez que un portentoso disolvente de potenciales conflictos.
Es por todo eso que el juego debe considerarse como algo muy relevante para nuestra propia existencia en común con otras personas y potenciarse como herramienta fundamental para el desarrollo de la infancia si queremos sociedades más sanas. Pero para ello debe permitirse realmente un juego autónomo entre iguales (niños y niñas), quizá supervisado, pero no dirigido por adultos. No me canso de repetir siempre el mismo mensaje: el juego libre en el parque no es una pérdida de tiempo, sino una valiosa oportunidad de desarrollo individual y colectivo. Disminuir cada vez más el tiempo de juego autorregulado de niños y niñas sí es verdaderamente ir contra la evolución de nuestra especie en la tierra.
sábado, 26 de agosto de 2023
Las dos victorias de la selección femenina de fútbol
El domingo 20 de agosto presenciamos como la selección española de fútbol femenino se proclamaba campeona del mundo. Lo hacía en su tercera participación en el campeonato, después de haber recorrido en tiempo récord un trecho que ha llevado a algunas de esas jugadoras a la profesionalización de su actividad. Durante ese período los apoyos no han sido tan fuertes como debían, por mucho que ahora todo el mundo quiera hacer ver que desde el primer momento estuvieron apoyando a las mujeres en el fútbol. La excusa de que no generaban seguimiento ni beneficios se ha mostrado rápidamente que hablaba más de la estrechez de miras machistas que de un hecho palpable.
A lo que estamos asistiendo durante esta última semana es a la segunda victoria del fútbol femenino. En este caso sobre el machismo. El caso Rubiales está mostrando la verdadera necesidad de un cambio profundo en instituciones deportivas fundamentales como son las federaciones. La sensación de impunidad que creía disfrutar él como presidente le lleva no solo a generar situaciones demenciales como la del beso sino a no tener reparo a la hora de manipular, falsificar y presionar a cualquiera que sea necesario para mantenerse en el cargo.
Desde la federación de fútbol, Rubiales ha intentado en varias ocasiones dinamitar la marcha del fútbol femenino profesional. No lo ha conseguido y, por cuestiones caprichosas del azar, se está convirtiendo en su mejor aliado. Me explico. No es que el personaje en cuestión tenga en sus planes hacer nada excepcional por las mujeres y el fútbol; ya hemos dicho que trabajaba activamente en contra de ello. Sin embargo, gracias a eso que en sociología se conoce como las consecuencias no intencionadas de la acción, Rubiales se está convirtiendo en un catalizador del cambio respecto al machismo en el fútbol y el deporte en general. Siguiendo el guion de la mayoría de representantes de este país, Rubiales no solo no ha pedido perdón, si no que se ha mostrado en público atacado, dolido y además, con actitud chulesca, se permite el lujo de amenazar. En fin, nada nuevo bajo el sol. Lo curioso del asunto es que, cuanto más cava Rubiales hacia abajo su propia tumba, más favorece la causa de eso que él acusa como “falso feminismo”. Está consiguiendo que desde todos los ámbitos haya un consenso amplio sobre lo impropio de los hechos y lo inaceptable de la situación. Con su error, en el que cada vez ahonda más, está consiguiendo aislar y avergonzar a todos los que en otro momento seguirían enzarzados en la cuestión de si a la chica no le importó, o le gusto o vete tú a saber qué sobre cualquier detalle que opacara lo que verdaderamente ese tipo de incidentes nos muestran a las claras: que el deporte en España, el fútbol en particular, sigue necesitando grandes dosis de reflexión y trabajo sobre la cuestión del machismo. La relevancia del título del fútbol femenino y la metedura de pata garrafal del presidente de la federación puede ser la combinación perfecta para que se genere un punto de inflexión que nos lleve hacia avances sociales en lo deportivo, que son los que de forma incesante busca el feminismo desde hace ya bastante tiempo.
miércoles, 26 de julio de 2023
El futuro que viene: Olympic eSports
Ya apuntaba en el libro de Las cuatro heridas del deporte moderno como la distinción entre las categorías analógica y virtual podría estar diluyéndose a la hora de definir lo que se considera como deporte. Los países de Asia oriental y sudeste asiático (sin olvidar a los Emiratos Árabes) están liderando el ascenso y consolidación de los esports y hasta organizaciones tan consolidadas en el deporte convencional como el COI tratan de atraer estas modalidades hacia el programa olímpico.
De hecho, del 22 al 25 de junio de 2023 se ha celebrado la Olympic eSport week en Singapur, con deportes como el tiro con arco, ciclismo, baile, vela, beisbol, ajedrez, tiro (Fortnite), tenis, deportes de motor (Gran Turismo 7), taekwondo. También se han presentado como deportes de exhibición el rocket league (competición de coches), tenis de mesa virtual, triatlón, Street fighter 6 (competición de lucha) y NBA2K. El programa por tanto incluye la versión virtual de algunos de los deportes que consideraríamos convencionales (e.g., taekwondo), deportes que tenían ya una versión como videojuego (e.g., baloncesto) o simplemente videojuegos que tenían ya gran seguimiento y se han incorporado al programa (e.g., Fortnite).
Creo que a estas alturas huelga ya el obsoleto intento de definición de deporte desde una visión clásica (analógica) que deje fuera a lo que llamábamos videojuegos. Ésta no es más que la muestra de una resistencia (ya insostenible) a la introducción a este tipo de prácticas en lo que consideramos deporte. La definición de deporte no ha hecho más que cambiar a lo largo del tiempo a medida que se han ido introduciendo una serie de nuevas modalidades dentro del conjunto de lo deportivo. Los últimos en romper esa barrera y forzar una redefinición de lo que es deporte han sido los eSports.
Lo interesante en este punto es entender qué tienen los esports para que en esta época de la migración analógica a lo digital se hayan convertido en algo cada vez más atrayente e interesante respecto a los deportes analógicos. Siguiendo los análisis de Norbert Elias y Eric Dunning sobre deporte y ocio en el proceso de civilización, podríamos decir que los esports permiten un descontrol emocional controlado en la era digital. Es decir, permiten vivir grandes emociones dentro de un ámbito que ofrece cierta seguridad.
Precisamente, eso es lo que venían ofreciendo los deportes analógicos, proveyendo formatos con reglas que permitían experiencias (de competición, de reto) intensas, pero limitaban el uso de la violencia y/o minimizaban el peligro de lesión de los participantes. Los esports van más allá. Se pueden vivir experiencias aun más intensas (competir conduciendo un coche a 300km/h o llevar a cabo una misión donde es posible que tu avatar mate a otrxs participantes o acabe muerto) sin las repercusiones negativas que implicaría realizar esas acciones en el mundo analógico.
La cuestión que alguien podría suscitar podría referirse a cuánto de real, de auténtica es esa experiencia virtual respecto a su equivalente analógica. Es muy distinto estar escalando a 20m del suelo en una roca que estar escalando a esa altura, pero en la pantalla del salón de tu casa mediante unas gafas de realidad virtual. Sin embargo, cuando esa realidad virtual esté mucho más conseguida y tengamos también trajes que puedan simular corporalmente sensaciones, quizá la experiencia no sea del todo igual pero siga siendo muy atrayente: por ejemplo, en el mundo analógico no subirías sin cuerda a El Capitán -a no ser que fueras Alex Honnold- pero sí lo harías en el mundo virtual y estarías mucho más cerca de vivir una experiencia parecida a la de Honnold que si lo vieras desde la pantalla del televisor de tu casa. O quizá no te meterías en la jaula del UFC a pelear contra un profesional, pero sí lo harías en la comodidad de tu casa y sin miedo a las repercusiones físicas que pudieran derivarse de un combate real. De hecho, algo parecido pasa ya por ejemplo en el Taekwondo virtual, donde lxs competidorxs pueden arriesgar la integridad física de su jugador virtual sin miedo a los golpes o lesiones derivadas.
Siguiendo los análisis sobre la informalización de Cas Wouters, la era de los esports podría ofrecer a los humanos la posibilidad de adentrarse y experimentar en zonas inexploradas de su propia emocionalidad sin las repercusiones negativas que pudieran derivarse de tal actividad en lo analógico. Sería algo parecido a lo que de otro modo se hacía ya en el arte o de forma no controlada durante los sueños, pero en este caso en un mundo conscientemente diseñado a tal efecto.
jueves, 22 de diciembre de 2022
Del orientalismo espiritual de Karate Kid (1984) al conservadurismo white trash de Cobra Kai (2018)
Karate Kid (1984) habla sobre la sociedad estadounidense de ese momento y los estereotipos existentes respecto a las artes marciales orientales. El protagonista principal es Daniel LaRusso, chico que se tiene que mudar con su madre separada a otra parte del país para encontrar un futuro mejor. Ellos encarnan a la familia desestructurada, de clase trabajadora, inmigrante (nótese el apellido italiano) que debe seguir adelante para labrarse un futuro; algo que tiene mucho que ver con el mito fundacional de la sociedad estadounidense. Por casualidad, Daniel se encuentra allí con un excombatiente japonés de la 2ªGM, el señor Miyagi, procedente de Okinawa y maestro de karate. El señor Miyagi representa en todo momento la figura del venerable sabio guerrero oriental, con su perilla blanca, con sus maneras calmadas y reflejos felinos.
Estos dos personajes (Daniel y Miyagi) son perdedores que van a dar la vuelta a su destino, superando a los que representan su némesis: Johnny Lawrence, el chico guapo del instituto y capitán del equipo de karate, y su instructor John Kresse, excombatiente de Vietnam y miembro de las fuerzas especiales; la máquina de matar. Mientras que Miyagi y Daniel siempre van de blanco y el símbolo que les representa en un bonsai (estética, delicadeza), Lawrence y Kreese van de negro, sin mangas (para enfatizar su estilo macarra) y el símbolo de su dojo (el Cobra Kai) es una cobra en posición de ataque. Ali Mills, la guapísima novia de Lawrence, hacia la que se ve atraído Daniel de forma irresistible, aparece como la excusa desencadenante del conflicto entre ambos. La pugna por la chica se acabará dirimiendo mediante el combate entre los dos chicos en el torneo de Karate. Por supuesto, Daniel gana contra todo pronóstico, utilizando una técnica secreta que su enigmático sensei japonés le ha ido enseñando en apenas unos meses.
Llegamos ahora a la serie Cobra Kai en 2018 y las tornas se han invertido totalmente. Vemos a Johnny Lawrence como un representante de la white thrash americana, blanco de clase trabajadora que se ha quedado atrás en este nuevo mundo globalizado de deslocalización industrial. Lawrence aparece como un loser anclado en su pasado: usa un coche deportivo rojo antiguo que lleva aun cintas de música (con música rock de los 80), vive en un apartamento destartalado, haciendo chapuzas, bebiendo cerveza, con un hijo al que no ve hace mucho. Por el contrario, Daniel LaRusso es un brillante empresario que lleva un concesionario de coches, tiene una familia perfecta: la imagen del éxito americano, del hombre hecho a sí mismo (si bien el dinero le ha hecho olvidar su espiritualidad; ya no practica karate).
En un momento de lucidez, Lawrence decide hacer algo con su vida y abre de nuevo el dojo Cobra kai. Curiosamente, sus alumnos son los chavales perdedores del siglo XXI: los débiles, los nerds, la chica obesa, el desfigurado; los que sufren bullying en el colegio. Lawrence no aguanta el modo sensiblero en el que se manejan estos chavales (guiño crítico a la sobreprotección de la infancia y juventud actual) y decide instruirles mediante su estilo agresivo de karate (“golpea primero, golpea fuerte, sin piedad” reza el escrito en la sala de entrenamiento). Este tipo de karate (negativo en la película Karate Kid) sirve para ayudar a los perdedores a levantar la cabeza y no resignarse ante los abusos. Este karate ha pasado a ser una herramienta positiva de empoderamiento para todxs ellxs y de redención para el propio Lawrence que vagaba sin rumbo.
Para entender cómo y por qué aparece ahora Cobra Kai como secuela de la película original hay que ampliar el foco de miras y entender fenómenos socioculturales más amplios que parecen conectar la actual época con lo que ocurría en los años 80: auge del conservadurismo y neoliberalismo en lo político; guerras culturales respecto a cuestiones identitarias; manifestaciones ostentosas (colores vivos, oro, etc) en el gusto y modos de vida. Cobra Kai no es la primera ni la última serie que se basa en la estética de aquellos tiempos. Quizá, la serie de éxito que major encarna tal enfoque ha sido Stranger Things.
No obstante, en ese paralelismo entre ambas épocas hay algo que ha cambiado y que se aprecia bien en el paso de la película Karate kid a la serie Cobra Kai. El karate que aparecía en la película original como una crítica hacia una serie de valores de agresividad y competitividad boyantes en la década de los 80 (cuando la identidad sobre qué era ser americano se veía segura), se ha tornado 40 años más tarde (identidad americana amenazada en un mundo global) en un modo de añoranza nostálgica sobre un estilo de vida (americano) que era más duro, más bruto, pero menos complejo y más honesto.
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