martes, 27 de agosto de 2013

¿Y si Usain Bolt, Michael Jordan y Muhammad Ali fuesen blancos?

La pregunta no es retórica ni intenta hablar de un mundo imaginario en el que esos tres grandes atletas cambiaran el color de su piel. La pregunta es bastante real y nos puede decir mucho sobre cuestiones referidas a la relación entre naturaleza y medio ambiente que muchas veces se plantean como falsas oposiciones dicotómicas pero obvian precisamente las cuestiones importantes que se esconden tras ese debate.

Desde el punto de vista del mantenimiento de los mitos raciales no hay una imagen más potente que la línea de salida de una final de JJOO en los 100m lisos. ¡Todos son negros!¡No hay ninguno blanco! Y entonces mis alumnos(o mis compañeros profesores de universidad) me preguntan: ¿pero cómo no va a influir la raza en el deporte? Está claro, mira esto. Y yo me desespero porque después de esta imagen viene toda una serie de estereotipos raciales (los blancos no pueden correr o saltar con potencia, ¡mira la NBA!; los negros no pueden nadar bien por la estructura ósea que les hace flotar menos etc…¡mira Moussambani en los JJOO!).

El mecanismo de los estereotipos es el siguiente: primero, una imagen incontestable (la salida en los 100m); segundo, generación de estudios y resultados que justifiquen ese estereotipo. Algo así está ocurriendo en la actualidad. La avalancha de estudios genómicos en deporte prometen descubrir desde la niñez  aquellos potencialmente aptos para determinadas pruebas. Últimamente, la palma se la lleva el gen ACTN-3 (que afecta a la estructura de las fibras musculares) al que se le supone gran responsabilidad a la hora de determinar la velocidad de carrera o la potencia de salto. El sentido común parece indicar que la raza negra está dotada mágicamente con este gen, algo que sería fundamental a la hora de explicar por ejemplo la mítica imagen de los 100m lisos. La teoría parece cuadrar perfectamente con los resultados (evidentes) que vemos en cada una de las grandes citas atléticas. Sin embargo, esta aparente práctica de ciencia objetiva y aséptica obvia verdaderamente lo que queda impensado, no discutido, a saber, la construcción histórica-política del propio concepto de raza.

Siento decir que la mayoría de los científicos naturales son malos científicos sociales y las categorías que se toman como datos de la realidad (en este caso, la raza) son construcciones sociales que implican siempre una serie de relaciones de poder muy concretas. En el caso de la raza, es imposible separarla de la historia de colonialismo europeo respecto a otras naciones. El paradigma de lo humano es el hombre blanco europeo, que se separa de todo lo demás. Es un nosotros que se define como no-otros. En el caso deportivo, el discurso de oposición se traduce entre lo blanco y lo negro. Desde principios de s.XX, cuando los llamados atletas de color en EEUU empiezan a despuntar en lo deportivo (a pesar de la restrictiva ‘barrera de color’) hay una serie de reacciones que tratan de dar cuenta de tal fenómeno. Normalmente la dicotomía blanco y negro se vinculaba a otras respectivas como espíritu/animalidad, mente/cuerpo, voluntad/brutalidad etc. que al final se resumían en que los atletas negros debían considerarse tramposos por las ventajas biológicas que en el plano atlético presentaban. Este argumento se ha refinado algo más, llegando al tan sofisticado y reverenciado programa de investigación genética. Sin embargo, los datos que salen  de estos estudios siguen cayendo en el mismo viejo error: no pensar realmente si las categorías utilizadas en los estudios son pertinentes. Y si no podemos definir bien las categorías en las cuales basamos nuestros estudios, ¿cómo podemos sacar resultados concluyentes a partir de los mismos?

Creo que la categoría de raza simplemente es una categoría de sentido común que no puede tener consideración científica. ¿En qué nivel de pigmentación empieza la raza negra y termina la raza blanca?¿Por qué cuando vemos a alguien que consideramos ‘mulato’ tiende a verse como perteneciente a la raza negra? Los relatos mitológicos sobre la pureza de razas vinieron a toca techo de supuesta explicación científica en la teoría de E. Bancroft (curiosamente un autor afroamericano) sobre el “asimilacionismo muscular”: los atletas afroamericanos son tan buenos debido a un proceso de selección natural que se produjo durante el período de esclavitud. Sin embargo, contra esta afirmación cabe citar la práctica común de los terratenientes de tener hijos con sus esclavas para poder seguir produciendo de forma directa su mano de obra esclava. Es decir, el mestizaje fue una condición bastante extendida en todas esas comunidades y no deberíamos restringirlo solo al territorio estadounidense sino a todos y cada uno de los territorios coloniales. Sin embargo –y aquí reside el meollo de toda la cuestión- aquellos mestizos nunca fueron considerados como blancos, en una vinculación a la pureza de sangre que se ha dado en todas y cada una de las situaciones de explotación racial/étnica a lo largo de la historia (pensemos en la pureza de sangre frente a los judíos en España).

Simplemente, las categorías raciales atienden al punto desde el cual se definen. No es difícil imaginar que si el poder hegemónico estuviera de parte de las poblaciones colonizadas (negros), todos y cada uno de los llamados mulatos ¡serían en este caso blancos! Es decir, no hace falta cambiar un ápice genético de los actuales Usain Bolt, Michael Jordan o Muhhamad Alí para que puedan considerarse negros o blancos dependiendo del punto de vista hegemónico que los define.



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