viernes, 11 de octubre de 2013
Mitos raciales que perduran
La semana pasada tuvimos el privilegio de asistir en la universidad a unas conferencias en las cuales participó Yannis Pitsiladis, experto en genética y rendimiento deportivo. Este profesor e investigador de la universidad de Glasgow trabaja en una red de laboratorios desde Europa hasta Jamaica o Kenia y ha trabajado de forma cercana con figuras del atletismo mundial.
Lo más interesante que nos presentó se puede resumir en los siguientes puntos:
- No hay evidencia científica que explique la predominancia atlética de ciertas poblaciones (ej. jamaicanos en sprint o keniatas en fondo) a partir de la genética. Esto no quiere decir que la genética no influya en el rendimiento; simplemente que es falso que ciertas poblaciones sean las únicas portadoras de ciertos genes mágicos que las hacen superiores en ciertas pruebas atléticas. Además, esa búsqueda del gen maravilloso puede que sea simplemente una quimera. De hecho, la composición genética de campeones de corta y larga distancia es prácticamente la misma, lo que desmonta la idea de que hay un gen de la velocidad y otro de la resistencia.
- Factores ambientales que influyen en las condiciones de vida y el propio sistema de entrenamiento y competición tienen mayor poder explicativo sobre esa predominancia atlética: si desde pequeño se hace mucha o poca actividad física; si se vive en entrena en altitud de forma crónica (en el caso de los fondistas); si hay un gran prestigio social asociado a la actividad; si la recompensa económica es grande; si hay una tradición cultural que haga sentir esa prueba atlética como adecuada o propia a los individuos de esa población.
Sin duda estas afirmaciones para alguien que proviene de las ciencias sociales no pueden ser más que buenas noticias. No las ha dicho un sociólogo, las dice alguien que proviene de las ciencias naturales-médicas que parecen ser las únicas que tienen pedigrí científico en esto del deporte.
Pero además, lo que a mí me interesaba verdaderamente aclarar era lo que creo que aun sostiene con gran fuerza el sentido común racial que muchas veces se desliza hacia el racismo: la barrera de color blanco-negro.
Como explicaba el propio Pitsiladis, la clasificación para el estudio genético no se hace en función del color de la piel. La clasificación por color pertenece a categorías de sentido común, nada que ver con la categorización científica desde la genética. No debemos olvidar que los europeos provenimos de una pequeña rama genética que provenía de y que sigue presente en África. La composición genética del continente africano es más antigua y mucho más heterogénea que la europea. De hecho, es posible ser genéticamente más similar entre europeos “blancos” y africanos “negros” que entre dos poblaciones de esa “África negra”.
Ese concepto de raza, construido socio-históricamente desde un pasado de relaciones de poder coloniales ha sido sustentado por la diferencia en el color de la piel y pasado por natural en ámbitos específicos y de tanta atención mediática como el deportivo. Los propios atletas jamaicanos refuerzan ese mito encarnado en lo “negro” al creer en la teoría de la selección natural debida a su pasado como esclavos. Sin embargo, como nos recordaba Pitsiladis, aunque no hay el más mínimo atisbo de evidencia científica que refuerce esa idea, esa creencia tan fuerte sobre ser los elegidos para correr afecta positivamente, a modo de profecía autocumplida, a esos atletas y afecta de modo negativo a aquéllos (por ejemplo europeos) que no creen siquiera posible competir contra los que naturalmente han sido designados para ello.
Y aún así, después de leer esto, seguro que la duda sigue rondando en algunas de vuestras cabezas… la fuerza de las imágenes sigue pesando más que la ciencia.
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