viernes, 8 de mayo de 2015
Ali iba con Pacquiao
Frustrante el haberme levantado a las cinco de la mañana para ver el combate entre Mayweather y Pacquiao. Ni de lejos cumplió las expectativas que se habían ido engordando a lo largo de los meses previos por una campaña de promoción estilo Hollywood. Era previsible en cierto modo: dos boxeadores al final de sus carreras, lejos de su mejor forma. Aun así, la épica del enfrentamiento entre dos grandes campeones funcionó de anzuelo perfectamente. Las cifras del evento, delirantes: 260 millones de dólares como bolsa del combate, 500 millones en derechos televisivos y entradas que en la reventa pasaron de los 300.000 dólares. Escenario perfecto para un tipo como Mayweather que hace llamarse así mismo “The Money”. Sorprendió algo que subiera al ring con publicidad en su calzón ―normalmente no lo hace― pero claro, era de los relojes de súper lujo Hublot. Personalmente no me gusta su estilo pugilístico, muy defensivo y trabado, pero sobre todo no me gusta lo que proyecta Mayweather: un modelo reaccionario de entender la situación de los afroamericanos dentro del sueño americano. Mayweather en deporte (o su homólogo Fifty Cent en rap) vuelve a reforzar la idea de que la única vía de éxito para un joven afroamericano está vinculada a dar entretenimiento creando a su alrededor un personaje icónico que cuadre plenamente con los estereotipos raciales estadounidenses: solo el negro que aprieta los dientes para salir de la miseria y llegar al otro lado merece alcanzar la orilla del paraíso, lleno de lujos, mansiones, coches caros y chicas guapas. Es así como su obsesiva ostentación de dinero recuerda a los demás continuamente que él lo hizo, que llegó, que ha triunfado. Mayweather como ejemplo de diversión mediática enmascara la realidad de otros modelos de éxito en el mundo profesional de los afroamericanos. ¿Dónde están los médicos, los abogados, los escritores, los premios Nobel? ¿Dónde están las clases medias afroamericanas? Salvando ejemplos aislados como Obama, entre los referentes de la comunidad afroamericana sigue existiendo una realidad monocroma de pobreza salpicada por destellantes pero aisladas historias de éxito en el mundo del deporte o de la música. La figura de Floyd niega además la visibilización de las malas condiciones estructurales en las cuales desenvuelven su día a día esas comunidades y vuelve además a vincular a este colectivo con la violencia como forma de relación social natural, como elemento de salvajismo atávico que de vez en cuando explota (lectura que muchos harán sobre los recientes disturbios raciales en Baltimore).
Antes de la pelea, Ali dijo que no apoyaba a Mayweather, compatriota suyo, sino a Pacquiao. Sobre todo lo demás, Ali odia lo que representa Mayweather fuera del ring. La comparación entre ambas figuras en este ámbito genera un contraste imposible de obviar. Ali fue el más grande, no solo en el ring sino como uno de los mayores líderes del movimiento afroamericano de los años 60, solo comparable en deporte quizás al impulso que dieron Tommie Smith y John Carlos al movimiento Black Power con su saludo puño negro enguantado en alto al ganar la final de los 200m en los JJOO de Méjico 68. Ali odia lo que representa Mayweather porque sabe demasiado bien lo que costó y lo que cuesta cambiar la situación de toda una comunidad y lo fácil que es tirar todo eso por la borda solo por salvar tu culo, aunque esté vestido por Armani y diamantes de Swarovski.
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