martes, 26 de mayo de 2015
Deporte y ciborgs en la era neoliberal
Recientemente Éric de Léséleuc presentó en el INEF de Madrid un trabajo sobre la representación del cuerpo con discapacidad (diversidad funcional como término más actual) en el mundo del arte y del deporte. Si bien esa relación no es nueva, si es en lo últimos tiempos cuando presenta nuevas formas que ofrecen, cuestionan y problematizan la hibridación entre carne y máquina en lo que es la definición de lo humano. Según Léséleuc, el cuerpo tecnologizado mediante prótesis del discapacitado se convierte en un terreno legítimo socialmente para explorar los límites del cuerpo extraordinario. Es decir, no solo aparece como posibilidad de integración de aquéllos con dificultades sino que aparece además como metáfora de futuro para una humanidad aumentada. Sin embargo, como recuerda Haraway, la promesa de lo monstruoso, lo híbrido, el ciborg, genera también rechazo y miedo ante lo que pretende desarticular categorías establecidas; en este caso capacidad/discapacidad vinculado además a humano/máquina. Esta dualidad de lo monstruoso de generar esperanza y temor a la vez se expresa de diversa manera en el arte y el deporte. La utilización actual del cuerpo del discapacitado tecnologizado en diversas manifestaciones artísticas tienen un alto componente de transgresión política vinculada a la erosión de las categorías (véase por ejemplo las colaboraciones entre Barney y Mullins en el proyecto conocido como Cremaster). En el mundo del deporte, el cuerpo discapacitado con prótesis tiene también un alto componente político, de redefinición de categorías, habiendo generado una reacción inicial mucho menos permisiva que en el arte. Me estoy refiriendo sobre todo a la polémica desatada a raíz del caso Pistorius y la utilización de prótesis que podrían dar una ventaja mecánica y fisiológica respecto a los participantes normales. Sin embargo, toda esa preocupación por la puesta en riesgo de la propia esencia deportiva de la competición justa, toda la discusión sobre figura del discapacitado olímpico, sigue sin poner en duda una definición de lo corporal desde el modelo médico imperante, más fuerte que nunca en la identificación actual entre salud y deporte. La dimensión social de la discapacidad, el tipo de relaciones establecidas dentro de la comunidad que permite o segrega la participación de esos sujetos queda fuera del discurso oficial que se atiene al punto de partido ideal de sujetos (en asbtracto) que se enfrentan a reglas competitivas iguales para todos. La IAFF acaba dejando participar a Pistorius al no poder discernir si su ventaja se debe a las prótesis o a la capacidad de su cuerpo humano pero no presenta ningún enfoque sobre la discriminación laboral del atleta que incide mucho más en la dimensión social y política del asunto. Es dentro de ese modelo médico en el cual el cuerpo ciborg de Pistorius aparece (a modo de banco de pruebas, como si fuera un F1) como la promesa de lo que la realidad aumentada puede llegar a conseguir. El deporte de élite en la actualidad representa la imagen del cuerpo deseable por excelencia: ágil, fuerte, competitivo, capaz. Perfecto escaparate entonces para fomentar las fantasías de un más allá en el cual se combinan carne y máquina en una síntesis superior.
Así es cómo lo imaginan por ejemplo Sarif Industries, proyectando nuestras fantasías sobre lo que podremos llegar a realizar gracias a esa humanidad aumentada mediante la tecnología. Gracias a esa tecnología, los problemas de salud debidos a la incapacidad no existirán pero además podremos llegar a realizar cosas inimaginables para personas que se definían como normales.
El caso Pistorius y Sarif Industries dicen mucho de en qué grado el imaginario colectivo se mueve dentro de un marco neoliberal que ancla la subjetividad de los individuos a cuestiones de elección dentro del mercado (consumo) y de responsabilidad propia, siendo el cuerpo la manifestación externa de esa biografía personal. La dimensión social, las relaciones entre ciudadanos quedan supeditadas a la arena de la competición entre individuos aislados. Solo aquéllos privilegiados debidos a su éxito competitivo podrán permitirse extensiones tecnológicas y gozar así de la promesa ciborg; los perdedores de esa competición social tendrán que conformarse con seguir viviendo en cuerpos que serán vistos con desdén como manifestación de humanidad atrasada y culpable de sus propias limitaciones.
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