martes, 19 de mayo de 2015
Las cuatro heridas del deporte moderno
A lo largo del desarrollo del deporte moderno se han ido sucediendo una serie de cambios en lo referido a la definición de los sujetos que podían tomar parte en él. Todos ellos han representado en sí una lucha política por la inclusión de ciertos colectivos que se contraponía a un intento de mantenimiento de la segregación por parte de los grupos dominantes fundamentalmente mediante el uso del discurso médico. La utilización de lo médico como garante científico objetivo tenía como efecto la despolitización de la cuestión y servía como mecanismo de cierre para el mantenimiento del estatus quo.
El deporte moderno se sistematiza en Inglaterra en el s.XIX (si bien hay una oleada previa ya en el s.XVIII en lo que serían deporte rurales como la caza del zorro, carreras de caballos, cricket o boxeo) ligado a unos sujetos muy concretos: hombres blancos de clase alta. La definición de lo que ellos hacen como pasatiempo, el sport, conlleva toda una serie de formas de realizar esas prácticas que los diferencia claramente de otros grupos sociales. El deporte surge en un momento donde los discursos sobre la evolución de la especie se mezclan con relaciones de clase dentro de la Revolución Industrial y las relaciones entre razas/etnias dentro de las prácticas coloniales y dan como resultado una categorización de sujetos apropiados/no apropiados que se inscriben en la naturaleza de los cuerpos deportivos. Sin embargo vamos a ir viendo como a lo largo del desarrollo del deporte se van a suceder momentos de disputa en los que entran en juego precisamente el mantenimiento o la redefinición de las categorías. Debemos considerar cuatro ejes clave: clase, raza, género, discapacidad.
1) En la segunda mitad del s.XIX, cuando las prácticas deportivas de los jóvenes gentlemen salen de las Public Schools, se expanden por toda la sociedad a partir de una red de clubes y empiezan a organizarse las primeras ligas, diversos deportes empiezan a encontrar raigambre entre las clases obreras. Un ejemplo paradigmático es la incursión de obreros en equipos de fútbol de la zona norte (Manchester y Liverpool). Es en estos momentos donde aparece un fuerte debate acerca del amateurismo/profesionalismo que no es más que la expresión en clave deportiva de la confrontación entre burguesía y clase obrera. Lo amateur hace referencia a la supuesta naturaleza superior del gentleman, un burgués con rasgos aristocráticos, que ve con horror la posibilidad de entrenar y utilizar métodos profesionales y obsesionarse con algo tan vulgar como la victoria ensalzada a valor supremo. Las clases obreras muestran por contraposición la degeneración de la población, algo visible en sus deformes rasgos corporales, sus pasatiempos animales y su obsesión por valores materialistas como la victoria. Disciplinas como el atletismo considerarán como trampa y por tanto una práctica ilegal contar con la ayuda de un entrenador profesional hasta el primer cuarto del s.XX (véase a este respecto la famosa película Carros de Fuego sobre los JJOO de 1924 en París). Hasta tal punto está vinculado el debate amateurismo/profesionalismo a la cuestión de clase que por ejemplo en remo se prohíbe la participación en competiciones a cualquier profesional, definiendo como profesional a todo aquél que trabaje con las manos; es decir, las clases obreras. Sin embargo, debido al propio desarrollo profesional de lo deportivo (dependiendo de cómo fuera ese proceso en cada modalidad deportiva; compárese por ejemplo fútbol con golf), la barrera amateur/profesional se va deshaciendo, la participación de las clases obreras cada vez es mayor (tanto que la gran parte de profesionales proviene de capas humildes) y el ethos amateur va quedando como una reminiscencia romántica que irá conformando lo que se conoce en la actualidad como fair play.
2) En la primera mitad del s.XX, debido al desarrollo deportivo en los EEUU y a la gran presencia de población afroamericana , vinculada al pasado esclavista de la era colonial, empiezan a llamar la atención las hazañas deportivas de atletas negros en deportes tan conocidos como el boxeo o beisbol o incluso en algunos menos conocidos como el ciclismo (véase a este último respecto el caso de Major Taylor, conocido como “el ciclón negro”). La defensa principal contra la participación de negros en el deporte de blancos era la conocida política segregadora de la barrera de color. Es así como por ejemplo Jack Johnson, un extraordinario boxeador negro de la época no podía pelear por la corona de los pesos pesados al no poder acceder a los campeonatos oficiales si bien ganaba a muchos púgiles blancos en combates no oficiales. Sin embargo llegará un punto en que la necesidad de decidir quién es verdaderamente el campeón de los pesos pesados llevará a Jim Jeffries a pelear contra Johnson en 1910 y acabará perdiendo, haciendo el resultado del evento que se extendieran las revueltas raciales por todo el país. Es así como además en el período de entreguerras, atletas negros como el boxeador Joe Louis o el corredor Jesse Owens serán acusados de tramposos al jugar con una ventaja genética debido a su raza. Debe quizá esperarse a la década de los años 60 cuando figuras como Ali o la reivindicación del Black Power con los puños enguantados en alto de los velocistas Tommie Smith y John Carlos acabé de mostrar cómo la participación debido a la categoría de color no puede mantenerse como forma legítima de separación (si bien en países como Suráfrica sobrevivirá mucho tiempo bajo el régimen del apartheid). No es que haya desaparecido del todo esa lógica de categorías raciales en deporte, ni mucho menos. Todas las explicaciones de corte biologicista que intentan vincular la sobre representación e infrarrepresentación de ciertos colectivos a cuestiones genéticas no hacen más que perpetuar y ahondar en esa categoría de tipo racial.
3) Desde la génesis del deporte moderno en el s.XIX se relega a la mujer a un plano secundario. Como llegará a afirmar el propio Coubertin, restaurador de los antiguos JJOO, el papel de las mujeres deberá ser el de coronar a los vencedores. Las mujeres solo estaban ligadas a aquellas actividades como la gimnasia sueca que sirvieran para fomentar su rol de madre pero que no dañen la gracia y la fragilidad de las damas. Hay incluso un estudio famoso de 1897 en la cual el doctor A. Shadwell afirmaba que las mujeres no debían hacer ciclismo (actividad acogida con fervor por las sufragistas de la época) por las peligrosas consecuencias de la tensión derivada de la conocida como “cara de ciclista”. Tan solo las damas de la alta sociedad podían practicar ciertos deportes como tenis o golf. Sin embargo en el período de entreguerras la cosa empieza a cambiar. Se celebran hasta cuatro ediciones de JJOO femeninos como respuesta a la prohibición de su participación en casi la totalidad de las pruebas de los JJOO. La liga de fútbol inglesa femenina tiene un desarrollo hasta ese momento desconocido, con gran afluencia de público. Los movimientos feministas de los años 60 reivindican el deporte como terreno de emancipación: K. Switzer se cuela en la maratón de Boston de 1967 y la acaba a pesar de la oposición del propio organizador, Jock Semple, que pretendía echarla de la carrera en curso. La participación femenina en los JJOO crece y va del 17% en los juegos de Munich de 1972 hasta el 47% en los juegos de Pekín de 2008.
La última de las luchas en la categoría de género se está dando en el terreno de los exámenes de sexo ligados a casos de transexualidad (véase el caso de M. Bagger en golf) o de intersexualidad (el sonado caso de Caster Semenya). La idea fundamental estriba en que todas las competidoras deben tener niveles de testosterona “adecuados” a su sexo para que haya una competición justa. La pregunta es ¿qué niveles de testosterona o cualquier otra sustancia vinculada al rendimiento debe tener un hombre “normal” para que no se le considere que juega con ventaja respecto al resto? ¿No consiste el deporte en igualdad de reglas pero dotes naturales muy desiguales? Parece ser que el problema surge únicamente cuando hay un caso que puede poner en entredicho la categoría reguladora de género.
4) La categoría que más ha tardado en hacerse visible y problemática ha sido la de normal/discapacitado. No es que no hubiera ejemplos previos : George Eyser ya había ganado el oro olímpico en barras paralelas, salto sobre caballo y escalada en cuerda contando con una sola pierna en 1904 o la tiradora de arco. N. Fairhall el oro en los Juegos de la Commonwealth de 1982. Sin embargo, no ha sido hasta la aparición de Pistorius cuando la categoría se ha hecho muy visible debido a lo que implicaba el caso. Implicaba ni más ni menos que la inversión de la categoría, prometiendo un futuro dominio no de discapacitados sino de supercapacitados, moradores de una naturaleza biónica con última tecnología. La polémica sobre la participación de Pistorius con los considerados normales se centraba en saber si sus prótesis le daban una ventaja respecto a sus competidores. Debido a la imposibilidad de determinar cuánto de su éxito de debía a su parte mecánica o a su cuerpo humano, el atleta surafricano pudo participar en 2011 en los campeonatos del mundo y en 2012 en los JJOO. El caso de Pistorius no es único: en 2014 el atleta alemán M. Rehm, que utiliza una prótesis similar a Pistorius en una de sus piernas, ganó el campeonato nacional de su país saltando 8.24m, imponiéndose a sus compatriotas normales. La IAAF debe decidir ahora si puede participar en campeonatos de índole supranacional con los no discapacitados y la polémica vuelve a ser sobre la decisión de la posible ventaja debido a su miembro artificial.
Todos los debates generados por la cuestión de las categorías se centraban y se centran en la biología de los cuerpos, lo natural/artificial y la esencia de lo deportivo como competición justa entre iguales. En todos los casos presentados anteriormente hemos visto como una de las líneas fundamentales para el mantenimiento de las categorías ha sido el argumento de las trampas y su ligazón con el tema del dopaje. Solo aquellos casos que intentan romper las dicotomías aparecen como problemáticos y sospechosos ya en primer término. Esto debería hacernos pensar que las cuestiones que aquí se dirimen no son solo de tipo científico (médico) donde no hace falta nada más que encontrar los resultados objetivos que resuelvan el problema. Las cuestiones que se presentan aquí implican política; implican en sí una redefinición de las categorías, lo que conlleva un cambio en la naturaleza del propio deporte. Por tanto, deberíamos cuidarnos mucho de utilizar de forma ideológica la ciencia médica como garante inmaculado de un estatus quo que puede generar discriminación.
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