domingo, 6 de agosto de 2017

Que Gatlin ganara

a nadie en el estadio de Londres ayer parecía ni gustarle ni que fuera posible. Los comentaristas de teledeporte incluso decían que pasara lo que pasase lo único que no querían era que Gatlin ganara; que eso era muy malo para el atletismo y el deporte en general. ¿Por qué? Porque Justin Gatlin se había dopado hace años y eso sería transmitir el mensaje de que los tramposos pueden ganar. ¿Tramposo? Es cierto que Gatlin dio positivo en 2006 y estuvo retirado hasta 2010 (el caso de 2001 relacionado con la medicación sobre su síndrome de déficit de atención ha sido injustamente utilizado para catalogarle como reincidente). Desde 2010 han pasado siete años en los que el atleta ha tenido que seguir entrenándose, convencerse de que podría volver a ser campeón Olímpico (lo fue en 2004) o Mundial (en 2005) y todo eso frente al mejor velocista de toda la historia, Usain Bolt. Además ha tenido que soportar la demonización por parte de la opinión pública que ha querido ejemplificar en el caso Bolt-Gatlin la lucha del bien contra el mal. El poder de fascinación de Bolt reside en parecer tocado por los dioses, algo que no olvidemos está en el propio origen aristocrático deportivo. Solo los elegidos serán los campeones; por eso en origen existió siempre una cierta infravaloración del entrenamiento, de la preparación, de lo artificial frente a lo natural de la elección divina. Algo de eso sigue teniendo influencia sobre nosotros, con ciertas modificaciones eso sí. Ahora la trampa no viene tanto del entrenamiento en sí, sino de cierto entrenamiento artificial, que es el que permite el dopaje. Que Gatlin se dopara hace años parece eclipsar todo lo demás que él hizo para estar allí. Sin embargo, que Gatlin ganara demostró que nunca hay que rendirse, nunca hay que dejar de trabajar y prepararse (que es la mejor forma de respetar al oponente), que aunque todo el mundo te dé por muerto y te odie, que tengas 35 años y seas sprinter, que aun así es posible. Precisamente, el no tener ya la sensación de favorito (la guerra era entre Coleman y Bolt) fue lo que le liberó de la tensión que le había hecho perder el año pasado contra Bolt en Río. Quizá a muchos le hubiera gustado ver al dios Bolt salir victorioso de nuevo, a pesar de no estar ni de lejos en su mejor forma, de no sentirse ya motivado para correr y de dedicarse desde hace mucho ya a hacer más show que mostrar un modelo de competición seria y respetuosa con el rival. Quizá por eso muchos querían seguir creyendo en un cuento de hadas que no existe en la cruda realidad del tartán. Lo que pasó ayer en la final de 100m es deporte; es un buen ejemplo para el deporte.

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